LIberarse de ellas no fue un camino fácil, pero supo llegar a él
Iba siempre por detrás. Cabeza gacha. Seria. Mirada huidiza.
Si alguien la observaba, se revolvía incómoda. No le gustaba que la escrutasen. Ella sabía que era diferente. Ni mejor ni peor: sólo diferente.
De frágil cuerpo, tez blanquecina, cabello moreno, ojos saltones… Parecía que en cualquier momento se iba a romper.
Se le veía siempre sola, pero nunca lo estaba. Ellas siempre la acompañaban. Ellas siempre estaban a su lado. Siempre. No paraban de hablar, de hacerle preguntas.
Y ella nunca sabía qué contestar.
Llegaba la noche y ellas se hacían más y más insistentes…
-¿Nos escuchas? ¡Estamos aquí!
Pero no quería oírlas. No quería escucharlas más. Se encerraba en su cuarto. Se tapaba la cabeza con las sabanas. La oscuridad le ayudaba. Así se sentía un poco más segura.
Pero ellas seguían preguntando.
-¿Por qué no lo haces? Sería mucho más fácil para todos…
-¡Dejadme en paz! -les gritaba.
Pero no le hacían caso. Seguían hablando.
Seguían gritando.
Seguían susurrando.
Eran dulces, apacibles, acogedoras, envolventes, seguras, protectoras…
Pero también risueñas y divertidas, burlonas, traviesas, hirientes, humillantes, tristes…
Ellas la intentaban convencer de qué era lo mejor. Nunca podría ser como los demás querían que fuese. Por mucho que lo intentase, jamás llegaría a ser tan perfecta como se esperaba de ella.
¿Para qué seguir esforzándose? ¿Para qué seguir sufriendo?, le decían ellas.
Y todas se burlaban de su desconcierto.
Salía a la calle y allí estaban. Incluso cuando les decía que ese día no quería que fuesen con ella de paseo, ellas seguían allí. Se colocaba los auriculares con la música alta y se tapaba la cabeza con el gorro del jersey para protegerse de ellas.
En uno de esos paseos, sus pies la llevaron cerca de la cueva… en el bosque cercano, en el árbol donde de pequeña jugó con ella tantas veces. Se sentó a su sombra, esperando de nuevo su llegada. Volvería. Estaba segura de que se presentaría.
-Sabe que la necesito… ¡Vendrá!
Esperó horas.
Días.
Semanas.
Meses.
Años
Esperó pacientemente, pero no llegó.
Volvió. Buscó refugio en lo que le habían dicho que la ayudaría. E intentó vivir como siempre le habían dicho. Como todo el mundo hacía. Como todo el mundo esperaba de ella.
Ellas se fueron durante un tiempo. La dejaron tranquila. La dejaron en paz.
Durante un tiempo, creyó que lo había conseguido. Ella era fuerte. Ella podía con todo. ¿Cómo no iba a poder con esto?, le repetían una y otra vez.
-¿Estás segura de qué esto es lo que quieres? Podrías ser mucho más feliz, si nos haces caso…
Al volver a oírlas de nuevo, huyó. Corrió y corrió. Se tropezaba, caía, y volvía a levantarse, llena de rasguños, moratones y golpes, pero eso no la hacía desistir. Llegaría y todo se solucionaría. Seguro. Sabía que su salvación estaba allí, que ella nunca la abandonaría…
Llamó, desesperada, a la puerta de la cueva.
-Ábreme… Por favor, ábreme… -suplicó, al límite de sus fuerzas.
Pero dentro había demasiada gente y nadie oyó los golpes en la puerta. Todos hablaban a la vez. Gritos, risas, bromas… El ruido era ensordecedor.
Sus pequeñas manos golpeaban la puerta, pero las fuerzas la abandonaban. Las había empleado para llegar hasta allí y ya apenas podía mantenerse en pie.
Hizo un esfuerzo sobrehumano y llegó a los pies del árbol donde siempre jugaron, donde se contaban sus confidencias, donde se sentían seguras, y trepó como pudo a lo más alto. Observó todo lo que la rodeaba y decidió que ya había llegado el momento de volar. De volar lejos, muy lejos. Donde nadie le dijese qué debía hacer, ni dónde debía ir. Donde el miedo nunca más le impediría moverse y ellas la dejasen en paz definitivamente.
Su último pensamiento fue para ella.
-¿Por qué no ha venido a mi llamada? -se preguntó inundada de tristeza.
-Estoy aquí… -se oyó, de repente, a lo lejos. Una voz lejana, débil, pero inconfundible.
-¡Has venido! -exclamó sorprendida.
-Nunca te dejaría sola. Siento no haber podido estar antes… Había demasiado ruido.
-No te preocupes, no pasa nada… Has venido y eso es lo importante -guardó un largo y prolongado silencio-. Sabes lo que voy a hacer, ¿verdad?
-Claro, mi niña… ¡Ser libre!
Sus ojos sonreían mientras volaba.
Y fue libre.
Muy fuerte, maravilloso…un sentimiento alucinante. Lo más importante, por fin el «descanso y la libertad.»…aunque a veces duela como si te clavaran mil puñales💞💞💞💞
Besos al cielo .🌹🌹🌹🌹🌹