Decidió arriesgarse e ir en busca de aquello que la llamaba pero… ¿y si se equivocaba?
Despertó como volviendo de un largo letargo. Mareada. Confusa. Mecida suavemente por las olas.
No recordaba nada de lo que había sucedido en el mar, por lo que su primer pensamiento fue encontrar a los que antes se le habían acercado para ayudarla. Aún estaban por allí. Levantó las manos, haciendo señales para que la viesen. Ese pequeño gesto la dejó agotada, ya que, a la vez, tenía que mover las piernas para permanecer a flote. Por fin, una de las personas que permanecían en la playa la vio y avisó a los demás, que respiraron aliviados.
De repente, notó un golpe en su pierna. En un primer momento, se asustó. Sólo acertaba a ver bajo el agua sus pies moverse incesantemente, aunque empezaban a fallarle las fuerzas. Sintió otro golpe y, girándose, comprobó que un tablón de madera flotaba a su alrededor, estaba carcomido, lleno de algas, y con algún clavo oxidado, pero era a lo único a lo que podía agarrarse.
En la orilla, las mujeres había hecho un campamento y los hombres habían decidido regresar a sus casas. Con una gran hoguera encendida, mantas y comida caliente, seguían discutiendo sobre la manera de ayudarla, pero, poco a poco, la conversación fue yendo por otros derroteros.
-¿Qué hacía desnuda en la playa? ¡Con el frío que hace!
-Tan pequeña y sola…
-Mira que yo intenté ayudarla. Le grité que venía la ola, pero no me hizo caso.
Mientras hablaban y hablaban, ella se agarró como pudo al tablón de madera y, con las escasas fuerzas que le quedaban, se subió encima, aunque las piernas siguieron en el agua. Era lo suficientemente grande como para soportar su peso, así que se dejó caer sobre él y, derrotada, se quedó dormida.
Una ráfaga de aire frío la despertó. Abrió los ojos y recibió los rayos del sol del atardecer y, por un momento, no supo dónde estaba, hasta que vislumbró la orilla y los recuerdos regresaron. Por suerte, el mar había permanecido en calma y las corrientes habían cesado, no alejándola mucho de la costa, hasta que se percató que del tablón de madera que la había salvado colgaba una gruesa cadena que estaba anclada en el fondo marino.
Respiró, aliviada y agradecida. No estaba lejos y podría intentar regresar a la orilla a nado. Intentó sumergirse en el agua, pero el pánico se lo impidió, sus músculos anquilosados no le respondían y volvió a sujetarse con fuerza al tablón.
Comprobó que en la orilla las mujeres seguían hablando y hablando sobre de cómo traerla de vuelta, pero el tiempo pasaba y no hacían nada para sacarla de allí. Las veía ir y venir, unas veces cargadas con cajas, otras con ropa, otras venían sin nada. El hambre empezaba a hacer mella, ya que llevaba sin comer mucho tiempo, y empezó a sentirse mareada.
Nunca había tenido miedo a nadar en el mar, ni a los monstruos marinos, ni a las terroríficas criaturas de las que siempre le habían hablado que habitaban sus profundidades. ¿Por qué ahora no podía siquiera rozar el agua? ¿Cómo iba a regresar? ¿Y si ellas no encontraban la manera?
Sólo recordaba imágenes sueltas de lo sucedido. Se veía andando por la arena, luego la sensación de que tiraban de ella, y, de repente, oscuridad, hasta que despertó, flotando en medio del mar. Todo lo demás era una nube oscura en su memoria. Seguía sin saber cómo había llegado allí, qué hacía en la playa, quién era… Y seguía sin recordar su nombre.
Un ligero roce en su pie la sacó de sus cavilaciones. Algo nadaba bajo el tablón. Aterrada, se agazapó como pudo, alejándose de quien la mirara desde el fondo. La sombra pasó, de nuevo, por debajo. Cerró los ojos. El miedo la paralizaba, pero, aun así, quiso saber a lo que se enfrentaba.
Sonrió al darse cuenta que no era un monstruo, ni ninguna criatura del averno, solamente era un trozo de madera, bastante más pequeño que su tablón.
-¡Qué tonta, asustarse por un simple trozo de madera viejo y destartalado! –se dijo, intentando recuperar la calma.
De repente, otro pedazo rozó su pierna. Vio otro a lo lejos. Y otro… Y otro. Estaba rodeada de tablones, cuerdas, fragmentos de plásticos, retales de lo que parecía una gran vela. ¡Eran los restos de un naufragio!
Miró hacia la orilla y allí seguían, charlando y debatiendo cómo sacarla, mientras comían alrededor de la gran hoguera y permanecían en la orilla, y ninguno había hecho la menor intención de penetrar en el mar.
-No tenemos barca.
-Ni sabemos nadar.
-Le haremos llegar comida y bebida.
-¿Para qué se habrá metido en el agua? ¡Y desnuda!
Eran mucho más sabios que ella y sabrían cómo sacarla de allí, pero, mientras tanto, con los restos de la vela, hizo un hatillo y metió todo lo que creía que podría serle de utilidad, y, con ayuda de la cuerda, ató los pedazos de madera.
Pasaron las horas y comprobó que nada en la orilla había cambiado. De vez en cuando, alguno le hacía una señal para ver cómo estaba, a lo que ella respondía inmediatamente levantando las manos. En vista de que aquello se alargaría, decidió que lo mejor era hacer un poco más seguro el tablón y, con los restos de la madera que había encontrado y la cuerda, se haría una balsa. Estaría más estable y les daría tiempo a que la rescatasen. Así que, con paciencia, fue atando los tablones uno a uno, e hizo una destartalada, pero eficiente, balsa.
-¿Qué está haciendo? -dijo una de ellas, al notar que se movía mucho.
-Está construyendo una balsa. No le servirá de mucho. Cuatro tablones cochambrosos, mal atados, no la sacarán de allí. Si yo estuviera allí le diría cómo se hace y le llevaría algo de ropa.
-Dejémosla, así está entretenida -y volvieron a sus charlas, chascarrillos, quehaceres y cavilaciones.
Se hizo de noche y la vela le sirvió de improvisada manta. El miedo decidió ser su fiel acompañante. Temblaba, y no era de frío. Confiaba en que ellos la sacasen de allí y que sabrían qué hacer.
El balanceo del agua la relajó, por lo que se tumbó, mirando hacia el firmamento. El cielo estaba completamente despejado y las estrellas brillan con una luz esperanzadora. Una pequeña estrella fugaz lo atravesó y, al poco, las compuertas del cielo se abrieron y un desfile de estrellas fugaces llenó el cielo de guirnaldas de colores.
Sonrió. Estaba en medio del mar, sin comida, sin compañía, pero tenía la extraña sensación de que estaba donde debía estar, y, relajando su cuerpo, dejó caer uno de sus pies al agua, sintiendo, de golpe, un ligero calambre. Recogió el pie rápidamente hacia la improvisada balsa pero algo le hizo volver a meterlo de nuevo y, esta vez, no sintió nada, por lo que se incorporó e introdujo los dos pies en el mar.
El horizonte se confundía con el mar, sin saber dónde empezaba uno y terminaba el otro. Vio unos reflejos plateados saltar del agua, los peces jugaban en una noche tranquila, y eso le despertó el deseo de nadar junto a ellos.
El mar permanecía en calma, esperándola, pero esta vez dejaría que fuese ella quien viniese a él.
Una de las mujeres que, de vez en cuando la observaba para ver cómo estaba, vio cómo se dejaba caer desde la balsa lentamente.
-¡Está loca! ¡Se va ahogar!
Se levantaron y comenzaron a gritarle que volviese a la balsa.
-Es lo único que tiene para mantenerse a flote ¿cómo hace eso? -repetían, una y otra vez, corriendo, desconcertados, a un lado y otro de la orilla.
-Si yo estuviera ahí no le habría permitido eso. ¡Y desnuda!
La chica miró hacia ellos y, sin hacerles caso, dejándose llevar por la sensación de que era lo que debía hacer, introdujo la cabeza en el agua y comenzó a nadar hacia el fondo.
Lo hacía con fuerza, con rabia, con determinación. El corazón le latía con fuerza, los pulmones querían estallar. Un hormigueo empezó a recorrer sus piernas. La piel se heló y dejó de nadar. El cabello se mecía movido por el agua y le tapaba la visión de sus piernas. El hormigueo se convirtió en punzadas cada vez más fuertes, muy dolorosas, como si cientos de cuchillos la estuviesen atravesando, e intentó volver a la superficie, pero las piernas no le respondían. Agitaba los brazos con desesperación, empujándose hacia arriba. Nada. Los pulmones empezaron a dolerle terriblemente y el miedo a perder el conocimiento comenzaba a torturarle. Necesitaba aire. Abrió la boca, en un desesperado intento por respirar, aunque sabía que, irremediablemente, eso sería su fin. La garganta se le llenó de agua. La cabeza le iba a estallar. Un velo negro se fue posando lentamente sobre sus ojos. Miró hacia la superficie y vio como varias estrellas fugaces surcaban el firmamento. ¿Qué había hecho?
Continuará…
Espero desenlace…
Espero que te guste el siguiente capítulo, que llegará pronto. Muchas gracias por leerme, Bea.