El vertedero de rosas

La belleza marchita de una rosa rota

Yo dirigía a duras penas un periódico local. Ella se marchitaba sin poder dar rienda suelta al volcán literario que la atormentaba. El periódico no hablaba mucho de política. Apenas lo justo para saciar el ego de los que viven de ella y el afán de conocimiento de los lectores. Poco más. Arte, opinión y literatura convivían a sus anchas entre sus páginas.

Ella lo devoraba con avidez, sintiendo vibrar en su interior la llamada de la escritura. Al fin, me envió un hermosísimo artículo. Había llovido mucho ese invierno, y la chica había sentido en su alma la visión profética de la que, para ella, iba a ser la “primavera del siglo”. La imaginó tal como después fue: exuberante, lujuriosa en su policromía salvaje. Encabezaba aquella epístola un poema que lo explicaba todo: “La vereda del sol decrece hasta mis brazos y enjuga de esta herida la propia soledad de la memoria”. Le di una página entera, ilustrada.

En sus cartas posteriores, se preguntaba emocionada por qué le ayudaba “si ya nadie hace nada por nadie”. Mandó un segundo artículo, pero algo la ensombrecía: “Los vidrios rotos aguardan indecisos, sobre el suelo, como aguardando una herida”. Nunca hubo un tercer artículo. Mi periódico había criticado al alcalde y su familia, que tanto le debía al político, le había prohibido seguir escribiendo.

Y ya no hubo más artículos, ni más poesía.

Un año después, me llegó una carta anónima. Su letra redonda me reveló el nombre de su autora: “No hay ventanas. Y alguien mata a los pájaros que debían volar. Y todo lo que fue hermoso, lo que es hermoso, se enmohece y destiñe, se convierte en un triste vertedero de rosas rotas que la tristeza incinera”.

BSO: Evanescence / Everybody’s Fool

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