Caminando por la Vera

No sé a dónde me llevarán estas angostas callejuelas empedradas y riberas jalonadas por muros de pizarra que limitan el camino, pero deseo conocer sus encantos, sus ríos, sus misterios escondidos…

Me reúno con unos caminantes infatigables, del club de senderismo GR 100, deseosos de huir de la ciudad y sus rutinas, sus falsas apariencias y sus prisas.

Van acompañados de la mochila y de su inquebrantable compañero de fatigas: el bastón del caminante, herramienta imprescindible cuando el camino se hace largo y duro.

Nos sumamos al grupo rostros nuevos, desconocidos para ellos, pero ya en las primeras zancadas te tratan como compañeros de viaje porque saben que padecerás las inclemencias del tiempo, que tropezarás en las mismas piedras, que sufrirás en algunos tramos, que te arrepentirás de haber venido, que tus pies se sentirán dolidos.

Plaza Madrigal de la Vera
Plaza Madrigal de la Vera

Te ayudarán a continuar cuando la fatiga haga presencia, te darán de su bota para beber un chorrito de ese vino “que reaviva a un muerto”, te dirán que no te apures, que dos curvas más y llegamos al destino, aunque sean en realidad dos docenas.

Y es que, al fin y al cabo, como dijo alguien, el fin no es la meta sino el camino recorrido. Y, en este domingo de un incipiente otoño cacereño, lo descubro junto a nuevos compañeros.

Madrigal de la Vera es el lugar donde se inicia el recorrido, que nos llevará, horas más tarde, hasta Villanueva y Valverde de la Vera.

Los madrigaleños han decidido descansar esta mañana, y el pueblo nos recibe silencioso y tranquilo. Cruzamos sus empinadísimas calles andando despacio -no es cuestión de cansarse en los primeros pasos-, lo que hace que pueda fijarme con más atención en sus casas, con entramados de madera en los pisos superiores, siendo de sillería (piedra) o mampostería (ladrillos, chapas, rocas que se entremezcan) en el primer piso, para protegerlas de la humedad de la sierra. Siempre me ha maravillado ese tipo de construcción serrana con los aleros de los balcones destacando, labrados en madera, algunos con auténticas filigranas. Cada calle, cada casa, cada puerta, cada ventana es diferente y eso le otorga un don original.

Dejamos atrás Madrigal, y la Sierra de Gredos nos saluda en la lejanía. El camino se vuelve fácil para el caminante, permitiendo disfrutar de las fragancias del incipiente otoño: olor a tierra húmeda, a jara, a encina, a olivo.

Sierra de Gredos
Sierra de Gredos

Veo madroños al fondo, y me maldigo por tener esta cabeza que ha hecho que olvide la cámara de fotos, y así poder plasmar, mucho más fielmente, esos hermosos colores anaranjados, ya casi rojos. Tendré que conformarme con la cámara del móvil.

No quiero decírselo a mis compañeros, pero la falta de costumbre hace que mis pies empiecen a quejarse.

Finalmente, me quedo algo rezagada, más interesada en el paisaje circundante que en tener otra discusión con mis pies. Una brizna de hierba, un parajillo que se cruza en mi camino, una casa abandonada en mitad de la nada… ¿Una casa abandonada? Me está llamando, pero observo que no solamente a mí, varios caminantes se adentran conmigo a explorar.

Casa abandonada
Casa abandonada


Los años han hecho que la estructura esté casi oculta por los arbustos silvestres, aunque conforme me acerco parece como si la hubiesen querido reconstruir, y, por algún motivo desconocido, la hubiesen dejado a medias.

Entrada a la casa
Entrada a la casa

Sobre la puerta, que da acceso a la parte interior de la casa, hay una fecha grabada en la piedra: 1870, y no puedo evitar pensar que es el mismo año en que Galdós publicó su primera obra -de las más de cien que escribió-: La fontana de oro.

Me adentro con respeto. Una espectacular chimenea preside la sala más grande. En la cocina, la vida se ha detenido. Una olla espera ‘al fuego’ y, adornando las paredes, dos azulejos pintados a mano que muestran a unos labriegos trabajando en el campo. En una de las paredes, tejas hacen de soporte para las botellas.

Sala con la chimenea
Sala con la chimenea
Cocina
Cocina
Detalle de los azulejos
Detalle de los azulejos

 

Bodeja de tejas
Bodeja de tejas

Al salir al porche, me fijo en la parte superior del marco de la puerta. En tiza blanca sobre la vieja madera, alguien dejó escrito un mensaje: “Los 5 perdidos”. Ojala la viga de roble pudiera contarnos más sobre aquellos que anduvieron por estas tierras.

"Los 5 perdidos"
«Los 5 perdidos»

El día se vuelve algo gris en la comarca, pero los caminantes siguen sin descanso, cruzando ríos, puentes, veredas angostas, sorteando zarzales y espinas. Intento seguir su ritmo… Intento.

De repente, en medio de la nada, un enorme perro, nos saluda al paso. No ladra, no se mueve, sólo nos mira, como dándonos permiso para proseguir nuestra marcha y recordándonos que somos forasteros en una tierra que sus ancestros han guardado desde tiempos inmemoriales.

Después de haber tropezado varias veces, agradezco infinitamente que los caminantes hayan decido parar para reponer fuerzas, y que mis quejosos pies puedan descansar. Esperamos a que una de las compañeras, a las que el camino se le ha hecho un poco más cuesta arriba, llegue y nos acompañe. Aquí no se deja a nadie atrás.

Después de unos minutos de relax –que se me hacen cortos-, proseguimos. Pero mis pies han decidido ir a su propio ritmo, y, paso a paso, los caminantes se van distanciando. Marcho por un camino empedrado, rodeada de muros de granito. Hemos dejado atrás las veredas estrechas, y se abre ante mí una amplia calzada cubierta con bellotas que se han ido desprendiendo de los árboles. Ha sido un verano sin lluvias, y, hasta esta zona siempre verde y húmeda de mi Pedregal, lo nota.

A mitad del recorrido, me siento algo perdida… ¿Era por aquí o por allá? Pero mis caminantes preferidos siempre van un paso por delante y dejan señales para que los senderistas novatos y patosos como yo no se pierdan. Es de agradecer.

Lazo rojo para caminantes despistados
Lazo rojo para caminantes despistados

El suelo está seco, arisco y la hermosa y abundante flora, que otros años adorna sus caminos, casi no se deja ver. Aun así, puedo contemplar los colores otoñales, aunque sea a pequeños retazos. No tengo prisa. Ni quiero tenerla. Deseo que ese momento de silencio y calma, se alargue todo lo posible, pero, como todo lo que nos hace felices siempre es más breve de lo que deseamos, el camino finaliza y llego a la ‘civilización’.

El pueblo que me recibe es de los más bellos de la Vera: Villanueva. Al igual que en Madrigal, las casas me muestran su edad en los quicios de las puertas, y advierto algo que llama poderosamente mi atención: los vecinos de Villanueva de la Vera no quieren que la modernidad estropee sus calles, por lo que a lo largo de ellas me voy encontrando señales de tráfico enmarcadas en madera, contadores de la luz y de agua escondidos detrás de pequeñas puertas -unas de madera natural, sin tratar; otras labradas- o farolas tapadas con hermosas cubiertas de hierro.

Y, entre sus calles, la que, me dicen mis compañeros, es la más bella del pueblo: Lanchuela. No puedo irme sin adentrarme en ella y comprobar si es merecedora de esa fama. Y os puedo garantizar que sí lo es. El contraste de sus casas, el adobe, la madera, la sillería, sus puertas… Pero lo más llamativo son las decenas de macetones que adornan la calle, haciendo que el verde de sus grandes hojas contraste con los diferentes tonos de marrones de sus casas. Me quedo varios minutos, en silencio, maravillada, hasta que, escuchando las palabras de asombro de alguno de mis compañeros, más viajeros curiosos vienen a visitarla. Les dejo con ella.

Calle Lanchuela
Calle Lanchuela

Calle Lanchuela
Calle Lanchuela

Llegamos a la plaza. Es pequeña, pero tiene un aire acogedor. Nos recibe un grupo de niños jugando en los soportales. Los que decidimos que la jornada ha finalizado, nos sentamos en una terraza a tomar algo. La brisa fresca procedente de la sierra llega hasta mí, y, después de la intensa caminata, se agradece. Algunos nos conocemos nada más que de caminar por estos senderos, pero parece que sea de siempre. ¡Lo que hace tener como amigo en común el bastón del caminante! La charla gira en torno al camino: “¿Cómo lo has pasado? ¿Te ha costado seguir el ritmo?”. Me dan consejos para continuar la marcha, y, sobre todo, me animan, una y otra vez, a compartir con ellos otras veredas.

Plaza Villanueva de la Vera
Plaza Villanueva de la Vera

Volvemos, algunos de nosotros, a dejar nuestras mochilas y bastones en el autobús. Otros, los más osados, han decidido llegar a pie hasta Valverde. Sólo son unos pocos kilómetros, pero mis pies me han insinuado que si sigo maltratándolos, la próxima vez, se pondrán en huelga. Y yo, obediente, les he hecho caso.

Nos reunimos con los demás caminantes en la plaza de Valverde. Los soportales de madera, tan típicos de estos pueblos, están apoyados en columnas de piedra, cada una de ellas con diferentes capiteles.

Soportales de la plaza
Soportales de la plaza
Plaza Valverde de la Vera
Plaza Valverde de la Vera
Reguera de Valverde de la Vera
Reguera de Valverde de la Vera

Mientras me quedo extasiada viendo cómo en las calles que rodean la plaza, por las regueras, corre el agua de la sierra, oigo a mi espalda una voz de asombro. Al girarme compruebo el porqué. En una esquina de la plaza, una tienda tiene, en su escaparate, una figura de un Empalao de un metro y medio de altura. Observar esa imagen estremece.

Figura del Empalao
Figura del Empalao

Y no sólo esa figura: dentro del pueblo, las cruces, los crucifijos, los símbolos y murales, nos recuerdan que en este hermosísimo pueblo, el Jueves Santo, a las doce de la noche, comienza el Vía Crucis de los Empalaos. Es tan especial, tan estremecedora, que os la debo de enseñar con todo lujo de detalles, próximamente.

Murales del Punto de Información Turística de Valverde de la Vera
Murales del Punto de Información Turística de Valverde de la Vera

Una de las estaciones, de las catorce por las que deben pasar y arrodillarse los Empalaos, es ésta que os muestro, y donde posaron para mí estas encantadoras señoritas.

Vecinas de Valverde de la Vera
Vecinas de Valverde de la Vera

Nos hacemos la foto de grupo -no puede faltar- y, unos pasos más atrás, cuando vamos de vuelta al autobús, descubro una preciosa casa, en cuya fachada algo me ha llamado la atención. Con la ayuda del zoom del móvil, consigo ver qué es: una fotografía en la que aparecen vecinos del pueblo, justo en el mismo sitio donde, minutos antes, nosotros nos habíamos hecho la foto del grupo. Me maravillan estas casualidades.

Detalle de la fotografía de la fachada
Detalle de la fotografía de la fachada

Ha sido el primer viaje de los que -deseo- sean muchos más junto a estos increíbles caminantes. Y así poder mostraros estos maravillosos caminos, senderos y veredas que tenemos, y que espero vengáis a recorrer.

Quiero agradecer especialmente al Club de Esquí y Montaña de Extremadura GR 100, el haber sido Desde Mi Pedregal, unos magníficos compañeros de camino.

Muchas gracias, y hasta la próxima.

Fotografías: María S. Simón / José Frutos      

5 respuestas a «Caminando por la Vera»

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