Kenzaburo Oé, Premio Nobel de Literatura, y su hijo Hikari

El miedo a la paternidad, la responsabilidad que ello supone, y el dolor de llevar a su espalda el tormento de su hijo, es la base de la literatura de Kenzaburo Oé. En el viaje de hoy os quiero mostrar la maravillosa historia de amor de unos padres a su pequeño, autista, con problemas físicos, pero que pudieron expresar, cada uno a su manera, su mundo interior.

Ésta es la historia del Premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oé, y su hijo, Hikari.

Si quiero enfrentar mi responsabilidad, sólo tengo dos caminos: o le estrangulo con mis propias manos o lo acepto y lo crío. Lo sé desde el principio, pero no he tenido valor para aceptarlo…”.

Esta es una de las frases más impactantes del libro Una cuestión personal del Premio Nobel Kenzaburo Oé. Un libro basado en su propia experiencia personal. Su hijo primogénito, Hikari, nacido sólo un año antes de escribir esas palabras, en 1963, había sido desahuciado por los médicos y por él mismo. Con una hidrocefalia tan severa -según su padre “parecía tener dos cabezas”-, la única posibilidad que le quedaba era una operación a vida o muerte que, en el mejor de los casos, derivaría en daños cerebrales irreversibles imposibles de prever antes de la operación. Su mujer, Yukari Itami, se negó a no luchar por su hijo, pero Kenzaburo entró en un pozo del que no sabía cómo salir. ¿Dejaba que muriese su hijo o lo operaban sabiendo que había una mínima posibilidad de que sobreviviese aunque con graves secuelas?

Al año de nacer Hikari, Kenzaburo tuvo que ir a Hiroshima a realizar una serie de entrevistas a los médicos que trataban a supervivientes de la bomba atómica, algunos de los cuales tenían los mismos síntomas que sus pacientes. De ellos recibió una lección que nunca olvidaría. Habían decidido luchar y vivir, aun teniendo miles de motivos para dejarse morir. Sonreían cuando sus rostros eran casi irreconocibles, no podían moverse, otros no podían hablar, ni comer… Si ellos podían, quién era él para no permitir que su hijo tuviese la posibilidad de vivir. Cuando regresó de Hiroshima, le dijo a su mujer que estaba de acuerdo en operarle.

Sobrevivió a la operación, pero las secuelas fueron terribles: epilepsia, problemas de visión y limitaciones severas de movimiento y coordinación. Más tarde se le diagnosticó autismo.

Hikari con sus padres
Hikari con sus padres

Hikari no se comunicaba de ninguna manera pero aun así sus padres decidieron que intentarían hacerle llegar cómo era el mundo, e intentarían comprender cómo era el suyo propio. En palabras de sus padres: “Era una flor preciosa, inanimada, que aunque no se movía brotaba de ella una belleza inigualable”

La madre, atenta a cualquier signo que le indicase qué era lo que pasaba por la cabeza de su hijo, se dio cuenta que abría los ojos cuando escuchaba el trino de los pájaros. Fue entonces cuando consiguieron un disco donde estaban grabados los cantos de setenta tipos de pájaros y una voz los identificaba uno por uno. Ver cómo su hijo reaccionaba ante esos sonidos hizo que se volcasen en observarle e intentar captar esas señales tan sutiles que sólo un padre puede ver en la mirada de su hijo.

Una tarde, paseando por un parque, escucharon el sonido de un pájaro. “Roscón”, dijo el niño. Kenzaburo se quedó paralizado. Había reconocido el trino sin equivocarse, y, además, había pronunciado su primera palabra.

Esa reacción les hizo darse cuenta que podía reconocer todos los trinos de los pájaros del disco e identificarlos, y comenzaron a ponerle música de Mozart, la cual reconocía inmediatamente por su número Kochel (forma de catalogar las obras de Mozart, ya sabéis, lo buscáis quien quiera conocer cómo funciona).

Durante esa etapa, Kenzaburo, se volcó en cuerpo y alma en su hijo. Decidió que si el pequeño no podía expresarse sería él, su padre, quien lo hiciese. A partir de entonces sus obras literarias estarían marcadas por su hijo. Él sería quien le diese voz a su mundo interior. Él sería quien cargase con su tormento.

En su durísima obra Una cuestión personal nos muestra la bajada a los infiernos de un padre desesperado porque no es capaz de aceptar que su hijo no es cómo los demás y depende absolutamente en todo de él, mostrando un ser egoísta y zafio que culpa a su hijo de no haber llegado a un idílico futuro, pero, al mismo tiempo, nos enseña que el amor de ese hijo, que sin que sepa muy bien cómo, le ayuda a salir de ese profundo agujero.

Hikari creció escuchando música y el trino de los pájaros. Con paciencia, y mucho amor, comenzó a andar y moverse con más facilidad. Sus padres, con ayuda de los médicos, pensaron que la música podía ayudarle de otra manera, y llamaron a Kumiko Tamura, una profesora de piano para niños virtuosos, que aceptó al instante a enseñarle al comprobar la facilidad con la que el niño aprendía las notas de oírlas una sola vez.

Al principio tocaba con un dedo cada nota de partituras muy sencillas, pero su profesora atendiendo al interés que el niño, de tan sólo 11 años y con ninguna facilidad motriz, ponía en las piezas, se volcó en su aprendizaje. Hikari la esperaba a la puerta de su casa con un despertador en la mano, deseando que llegase la hora de las clases. Eso hizo que empezase a dedicarle más tiempo a ese niño y dejase a sus alumnos virtuosos. Llegó un momento que Hikari fue su único alumno.

Decididos a explorar su mundo de sonidos e intentar que los sacase fuera, durante 17 años las clases fueron diarias. Hikari no hablaba, pero se comunicaba con sus padres y dos hermanos con un particular lenguaje. Tarareaba cuando quería decir algo. La música era su forma de expresarse. Ese lenguaje le llevó a su profesora a explorarlo, y, con infinita paciencia y la templanza japonesa, Hikari consiguió componer pequeñas piezas. Las pulía hasta la obsesión, logrando abrir un canal al exterior, mostrando sus emociones y su mundo interior, mostrando su alma. Creó composiciones que hablaban de la muerte de un querido profesor de manualidades (del centro donde iba por las mañanas), hasta un día con sus hermanos en el campo.

Mientras, su padre seguía intentando ser el que soportase el tormento de su hijo, siendo éste el centro de su literatura. Sus obras anteriores al nacimiento de Hikari versaban sobre la guerra, la bomba atómica, el militarismo, el imperialismo japonés… Pero después de llegar Hikari toda su obra giró en torno a su paternidad y el vínculo con su hijo, como la citada Una cuestión personal, o Una familia tranquila, Carta a los años de nostalgia, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura.

Kenzaburo con su hijo
Kenzaburo con su hijo

1994 supuso un antes y un después para la familia de Kenzaburo. Una pianista muy reconocida, Martha Argerich, propuso tocar una pieza muy breve, de menos de cinco minutos, en un concierto en Japón a dúo con el gran violonchelista Mstislav Rostropovich. Era la obra de un compositor desconocido que había llegado a ella a través de una discípula suya. Ésta, Akiko Ebi, había grabado un disco con las piezas de un muchacho autista, epiléptico y con problemas de movilidad, por influencia de su antigua profesora de piano, la señorita Tamura. Rostropovich aceptó y tocaron la obra, que dejó entusiasmado al exigente público japonés.

Martha Argerich y Mstislav Rostropovich
Martha Argerich y Mstislav Rostropovich

Comenzaron a preguntar por ese compositor, Hikari Oé. Fue inmediatamente reconocido, ya que su padre, Kenzaburo Oé, había ganado ese mismo año, 1994, el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en el segundo escritor japonés en obtenerlo, y aparecía nombrado en la mayoría de sus libros.

Kenzaburo, Premio Nobel de Literatura
Kenzaburo, Premio Nobel de Literatura
Kenkaburo, su mujer, Yukari Itami, y su hijo, Hikari, en la entrega de Premios Nobel
Kenkaburo, su mujer, Yukari Itami, y su hijo, Hikari, en la entrega de los Premios Nobel

Hikari ya tenía voz propia, y su padre, en el discurso de agradecimiento del Nobel, aseguró que no escribiría más novelas, ya que no hacía falta que siguiese hablando en nombre de su hijo. La música de Hikari había liberado su espalda, y no tenía que seguir cargando con ese peso.

Kenkaburo y su hijo Hikari
Kenkaburo y su hijo Hikari

Aunque no cumplió su promesa, ya que después de recibir el Nobel publicó varias novelas, Salto mortal (2004), La bella Annabel Lee (2007), Muerte por agua (2009) y ¡Adiós, libros míos! (2014)

Hikari ha publicado dos discos. El primero de ellos en 1992, formado por 25 piezas cortas a piano y que vendió 80.000 copias.

Music of Hikari Oé
Music of Hikari Oé

Ya no vive con sus padres, pero el trino de los pájaros puede seguir oyéndose en casa de los Oé. Su jardín es el hogar de cientos de ellos.

2 respuestas a «Kenzaburo Oé, Premio Nobel de Literatura, y su hijo Hikari»

  1. ¿Qué no haría un padre por un hijo? Se le da la vida y hay que encauzarla, unas veces es fácil y otras veces es así de dura y satisfactoria.

    Gracias por darme a conocer a este Compositor y a su padre

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