La muñeca

Esperaba, sentada, a que su sueño se cumpliese

Cada día la veía en el escaparate: sentada, con dos largas trenzas y un hermoso vestido de flores y zapatos de color azul brillante, la muñeca de sus sueños le devolvía desde el escaparate una preciosa sonrisa dibujada en su cara. La tarde que escribió a los Reyes Magos, no olvidó decirles en qué tienda estaba, el lugar del escaparate que ocupaba -justo al lado de un puzzle de un gran castillo y cerca de una cocinita-, y que no olvidasen traerle algún vestido a juego, para poder sacarla de paseo en su carricoche, que también estaba apuntado en la lista de los regalos.

La muñeca la veía con sus ojos claucos apoyarse a diario en el cristal del escaparate, y soñaba, al cerrar la puerta de la tienda de juguetes, que los Reyes Magos la llevarían junto a esa niña. Jugarían a ser una familia, le daría de comer, le pondría hermosos vestidos…

Dos días antes de la noche de Reyes, vino un señor a la tienda y la señaló. El dueño fue hacia ella y la sacó del escaparate. La muñeca estaba emocionada. Por fin, estarían juntas.

Llegó la mañana de Reyes y la niña corrió por el largo pasillo para abrir sus regalos. A sus hermanos les habían traído todo lo que habían pedido. Ella abría un regalo tras otro, nerviosa. Sus pequeñas manos arrancaban con impaciencia el papel que los envolvía. Un abrigo, un puzzle, una… ¡sí, eso tenía que ser su muñeca!

Rasgó el papel y vio la tela de un vestido, pero no era de flores. Daba igual, seguro que le habían puesto el vestido que ella había pedido. Terminó de retirar el papel y vio a la muñeca boca abajo. La giró y… no era su muñeca. Era bonita, con una larga cabellera rubia y un hermoso vestido, pero no era su muñeca.

La dejó sobre el suelo y se alejó del árbol de Navidad, donde estaban los demás regalos que sus hermanos seguían abriendo.

Su madre se acercó y le preguntó si no le gustaba su muñeca. La niña la miró y le dijo:

-No es mi muñeca.

-Pero ésta es más bonita.

-Pero no es mi muñeca -insistió la niña.

-Lo sé. La vi en la tienda. La muñeca que pediste tenía los brazos y las piernas de trapo. Y era fea. Le escribí a los Reyes para que te trajesen esta otra -aseguró la madre-. Es mucho mejor.

La niña, sabiendo que no podía hacer nada por cambiar aquello, cogió la muñeca e intentó jugar con ella. Pero no pudo. La dejó en la estantería junto a las demás muñecas, y nunca más volvió a acercarse a ella.

Meses más tarde, una muñeca con una preciosa sonrisa dibujada en su cara, dos largas trenzas, zapatos azules ajados y un hermoso, aunque algo descolorido y rasgado, vestido de flores esperaba, sentada, en un montículo de basura -junto a una rueda de bicicleta reventada y una lavadora estropeada-, a que la niña que veía todos los días apoyada en el cristal de la tienda de juguetes, viniese a por ella y la rescatase. Sus ojos glaucos, titilaron.

-Sabía que me encontrarías.

-Yo sólo sabía que te buscaría toda mi vida.

Y se abrazaron en silencio.

BSO: Alien divino

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