Belleza en el mercado

Un día cualquiera, oscuro, rutinario, algo despierta en nosotros, emocionándonos y recordándonos que hemos tenido la suerte de encontrar la belleza en el mercado.

La señora deambula de puesto en puesto, con sus pensamientos vagando, quizá, por el año tan triste que ha pasado. Cerca de ella, un señor, quizá desempleado por la gestión de un jefe incompetente, ajusta la vista ante un cartel que anuncia los precios de las viandas. Un poco más allá, una dependienta entrega el cambio y esboza una sonrisa de cortesía. Hay cola en un puesto de venta indefinido. Una chica atiende el móvil, quizá inquirida por la inútil que han enchufado como superiora suya y le está haciendo al vida imposible. Un tendero hace gestos a un cliente y éste asiente con la cabeza, quizá asumiendo ambos en silencio lo larga que se está haciendo la crisis… o todo lo que queda para las próximas elecciones generales.

Quizá. Quién sabe.

Todo transcurre dentro de una aparente normalidad en el mercado hasta que, de pronto, la cámara pasa de enfocar desde el suelo a tomar un plano general, y comienza a sonar por los altavoces una bellísima música. La gente se detiene un momento, entre extrañada y curiosa, sin saber muy bien qué hacer. Entonces, una voz masculina se adueña de la estancia, haciendo que todos giren la cabeza, buscando con la mirada al inopinado tendero que ha concentrado la atención de todos convirtiendo el murmullo del mercado en el Parigi o Cara de La Traviata.

Todo el mundo queda extasiado. Algunos hacen fotos con el móvil; otros, sólo escuchan. De repente, una dependienta deja su trabajo y rasga el silencio sorprendido de los espectadores casuales con una voz meliflua y armoniosa. Verdi se abre paso hacia los corazones presentes como un cuchillo en la mantequilla, dejando que la mágica vibración de la belleza se pose suavemente en las almas sorprendidas y emocionadas de quienes, hasta ese momento, jamás hubiesen imaginado un gesto tan hermoso en un lugar, aparentemente, tan poco propicio para ello,

Cuando acaban, los espectadores les regalan una lluvia de palmas y de emocionadas lágrimas, pero otra voz les recuerda que aún queda algo especial, un regalo que Verdi les trae desde las gargantas de otros cantantes mientras llenan copas de champán y las reparten entre el público: El Libiamo, libiamo:

Bebamos en alegres copas

que adornen la belleza.

Y que la hora fugaz se embriague de placer.

Bebamos en los dulces temblores

que suscita el amor,

pues aquellos ojos al corazón impotentes van”.

Después de todo, quizá la belleza salve al mundo.

BSO: Louis Armstrong / A wonderful world

3 respuestas a «Belleza en el mercado»

  1. Me gustó muchísimo este relato por lo diferente que es la temática. Los anteriores que había leído de Gabirol son más sesudos, filosóficos e intensos. Este, en comparación, es ligero, desenfadado y… veraniego. Muchísimas gracias por haberme permitido disfrutar de este relato.

  2. Gracias, Alberto. En tiempos tormentosos, de urgencias y temores, quizás, después de todo, la belleza sea lo único a lo que agarrarnos. Un fuerte abrazo

  3. ¡Lo que hubiese dado por ser, qué se yo… la señora que va de puesto en piesto o ka chica del móvil… no sé cualquiera de ésas personas que han tenido la felicidad de haber sido ¿inventadas? por Gabirol.
    Y terminar siendo una nota, una sola nota de la mala y encantadora voz de Armstrong.

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