Cuento de Navidad (de aquella manera)

El Cuento de Navidad, el clásico navideño, como sólo puede ser contado desde la Cueva… de aquella manera.

Ceci refunfuñada, como todas las mañanas, mientras iba a desayunar al bar. “Buenos días, ni buenos días… Pesaos, todos los días la misma cantinela”, mascullaba entre dientes con mal humor.

Una niña de largas trenzas rubias y sonrisa encantadora la miró con curiosidad.

-¿Por qué está enfadada?

-¿Y a ti qué te importa, mocosa?

La niña, asustada, salió corriendo a buscar a Alberto, que sonrió ligeramente y le dijo:

-No pasa nada, cariño. Es una buena persona, pero ella aún no lo sabe. Esa amargura que muestra es una coraza para que no le hagan daño.

Y, mirando con compasión a Ceci, se alejaron agarrados de la mano, canturreando una alegre melodía de Los Panchos.

Ceci se sentó en su mesa y, sin que el camarero le preguntase, le sirvieron su desayuno habitual: un gran plato de berros, con su mazorca flotante, acompañados de Clipper de fresa cosecha del 2022. Salivaba, entusiasmada.

Los parroquianos la miraban de soslayo. Nadie se atrevía a decir nada, hasta que se oyó, desde el fondo del bar:

-¡Dios, cómo puede comerse eso!

-Shhh… Calla, que te va a oír -le dijo Isa, mientras trasteaba en su móvil-. Mierda de chisme, nunca encuentro nada.

-Pues que me oiga. Nadie en su sano juicio se comería… ¿Qué te pasa ahora, ceporra?

-Nada, nada. Que no consigo entenderme con la cosa ésta.

-Ella tampoco te entiende a ti. Empate.

Mientras Gabirol intentaba ayudar a Isa con su teléfono, un tuno entró en el bar. En ese instante, el tiempo se detuvo, y todos se quedaron paralizados.

El tuno, pandereta en mano, se acercó a la mesa de Ceci -que en ese momento estaba a punto de meterse en la boca una buena porción de yorizo del terror-, y se sentó a su lado. Chasqueó los dedos y el tiempo volvió a transcurrir, pero sólo para Ceci. El resto del bar seguía congelado.

Al ver al tuno frente a ella le escupió el chorizo a la cara.

-¿Pero qué coño haces tú aquí, panderetero?

El tuno, con voz profunda y gesto serio, exclamó:

-Vengo a decirte, Ceci, que debes cambiar. Que tu futuro está en juego.

-¡Qué futuro ni que gilipolleces! Lárgate y deja que me coma mi desayuno en paz, majadero o te daré con la chola en la frente.

El tuno replicó, levantando la pandereta y haciéndola sonar.

Clavelitos

-Primero deberás escucharme.

de mi corazón

-Como vuelvas a tocar eso, te la comes.

-Sigues siendo igual de rancia, hija –dijo, cambiando radicalmente el tono-. A ver, que yo no he venido aquí por gusto, me han traído a rastras. Desde que me dejaste, no consigo levantar cabeza. Llevo la pandereta siempre en la mano como castigo por haber sido un pesao de cojones, pero me han dicho que si venía y te enseñaba tu vida tuitera, pasada, presente y futura, pues podía mandar a tomar por saco la pandereta de una vez. Así que, aquí me tienes, dispuesto a ser tu guía, para que no te pase lo que a mí, y tengas que estar con la gorra de Caja Rural en la cabeza toda tu vida.

-¿Si te escucho me quitarán la horterada esa de gorra?

-Eso dependerá de lo que hagas después de que los fantasmas tuiteros del pasado, del presente y del futuro, te vayan a visitar.

-¿Los qué?

-Igual de rancia, e igual de cortica… -suspiró profundamente-. Los fantasmas tuiteros del pasado, del presente y del futuro.

-Sigo igual de rancia y cortica, pero también con la misma mala leche. Eso ya lo has dicho, ¿quiénes son esos? -volvió a repetir, visiblemente enfadada.

-Pues ya lo verás, porque yo ahora me voy a tomar una cervecita y un buen pincho de tortilla de patatas con cebolla. Supongo que en este bar pondrán comida de verdad y no… lo que sea que te estés comiendo.

El panderetero se fue a la barra y chasqueó de nuevo los dedos, haciendo que volviera la vida y el bullicio al bar.

Ceci observaba al tuno. ¿No podían haber enviado a otro? Esto era cosa de la Mari, seguro.

Alejó de su cabeza lo que acababa de pasar, y se concentró en su trabajo: derrocar al malvado Antonio.

Las horas pasaban rápidamente y ella continuaba absorta. Don Eugenio había dicho que tenían que salir a la calle a quemarlas, y Ceci estaba buscando en el google maps dónde repartían las antorchas. Cuando la consiguió y fue a entregarle una a don Eugenio, éste rehusó. Estaba muy ocupado rezando, pensando y organizándolo todo, que ya si eso se acercaba más tarde.

-Claro, don Eugenio; lo que usted diga, don Eugenio.

Agotada, se dejó caer en el sofá. Había sido un día de duro trabajo tuitero, pero había merecido la pena. Don Eugenio le había dado mg a uno de sus tuits. Casi sin darse cuenta, se quedó dormida.

Pero no habían pasado ni dos minutos cuando oyó un fuerte golpe.

-¿Qué diablos pasa? ¿Quién está ahí?

-Nada, nada, que me he tropezado. ¿Para qué tienes un silla frente al frigorífico? -preguntó alguien desde la cocina.

-Porque no llego a las baldas, pero… ¿qué coño haces aquí, Mari?

María, Cruzcampo en mano, salió de la cocina y se sentó en el sofá junto a Ceci.

-Menos mal que he traído yo cerveza decente, porque si me llego a fiar de ti… Pues por gusto no estoy, ya te lo digo yo. Pero ha venido tu panderetero al bar, y me ha pedido que te enseñe unas cositas, para ver si consigue quitarse de una puñetera vez la pandereta, las cintas y la capa de encima -a lo lejos se oyó …te traigo clavelitosColorados igual que un tizón…, y claro, yo que soy un alma caritativa, pues me he dicho que por su bien y por el mío, le voy a ayudar.

-¿No te ha dicho que si me ayudas me puedo quitar la gorr…? -Ceci enmudeció de repente-. Nada, nada. Sigue.

María arrugó el entrecejo y, mirándola fijamente, permaneció callada. (El gif del niño cabezón de la camiseta amarilla estaría orgulloso: lo había clavado)

-Pues hala, arreando.

-¿A dónde vamos?

-Al comienzo de todo.

Pasaron por varios TL y en todos era la misma cantinela: que si los indepes, que si Cataluña…

-Madre mía, siempre hablando de lo mismo -comentó María-. ¿Nos os aburríais?

-Bueno… Todo el mundo hablaba de eso. Era importante.

-No digo que no, pero ¿no había nadie que hablase de otra cosa?

-Espera -dijo Ceci de repente-, recuerdo a alguien… Un momento… ¿Puedo ir al TL que quiera?

Buscaron durante bastante rato hasta que dieron con uno en el que una dragona daba los buenos días, diciendo que una bandada de pájaros acababa de querer asesinarla al pasar a su lado. Exagerá, sí, un pelín.

-¿Nos quedamos un ratito aquí? -suplicó Ceci.

María sonrió.

Durante un rato estuvieron riéndose con las ocurrencias de la dragona, de los despistes de un pez, de los líos que se hacía un romano, de las conversaciones absurdas que salían; hilos interminables llenos de risas y bromas.

-Jo, qué buenos tiempos. Fue divertido.

-Supongo que sí -comentó María, mientras le señalaba un tuit en concreto-. Mira.

En él, la dragona había lanzado una gran llamarada, y, batiendo las alas, elevó el vuelo, alejándose.

-¿Qué fue de ella? -quiso saber Ceci.

-Se fue para no volver nunca. Y yo me voy ya, que es la hora de la cervecica, y los del bar me van a dejar sin tapeo. Hala.

-Pero… Pero…

María desapareció, dejando a Ceci sin saber qué hacer, hasta que cogió algo del suelo y lo lanzó al aire (el gif de la niña enfadada también estaría orgulloso de ella).

Se sentó en un banco, no sin antes limpiarlo concienzudamente, a esperar a que llegara el siguiente personaje: el fantasma tuitero del presente.

-Levanta, botijillo.

Ceci cerró los ojos muy despacio, y suspiró profundamente. No podía ser… No podía ser él el fantasma del presente.

-¿A quién esperabas, reina? ¿A don Eugenio, a don Arturo?

-A cualquiera menos a ti, pero era mucho pedir, ¿verdad? -gritó mirando hacia ninguna parte. De repente, llegado de no se sabe dónde, una música, acompañada de una pandereta, resonó.

…Clavelitos de mi corazón…

-Se la come, como lo tenga delante, se la come -murmuró Ceci.

-Anda, tira, que llegamos tarde -apremió Gabirol como si no la hubiera oído.

-¿Dónde vamos? –preguntó, insegura.

-¡¿Dónde vamos a ir?! Al rosco de Koko. A ver si apareces por fin a su lado, que mira que te está costando…

Llegaron allí, y, como se imaginaba Gabirol, Ceci no sólo no estaba a su lado, sino que ni siquiera estaba en el rosco.

-Míralo. No hay manera. ¿Ves a los demás? Pues todos esos han hecho méritos para estar ahí. Fíjate bien.

Junto a Koko, aparecía Alberto.

-Ahí lo tienes, buscando como un poseso una preciosa canción para dedicarte. Es el único que entiende tu pasión por los berros, y la cosa esa verde que le ponéis a todo.

Ceci observaba cómo Alberto iba y venía de un TL a otro, buscando poesías, relatos históricos, pinturas… Cualquier cosa que sonara a cultura, él le daba un empujón.

-Mira, viene Isa apretando fuerte para quitarle el puesto. A pesar de que el “cacharro del demonio” casi nunca le funciona, y anda más perdida que el gif de Travolta, los “Buenos días, mundo” los hace inolvidables con sus dedicatorias.

-Esto está lleno de gente muy rara… -susurró Ceci.

Gabirol la miró de arriba abajo y le dijo:

-¿Tú te has visto, botijito?

En ese momento, Ceci se dio cuenta de que llevaba puesta, junto a la gorra de Caja Rural, una peluca, una falda de pompón, una camiseta ajustada, y del cuello colgada una lata de Clipper de fresa mientras sujetaba de la correa a un perro con idéntica gorra y camiseta de Clipper.

-Pero… Pero… Pero…

Gabirol desapareció, dejando a Ceci con la palabra en la boca. Ésta, con un cepillo del pelo -que no sabía cómo había llegado a su mano-, amenazó al aire (otro gif orgulloso).

-Gran Diosa del Tuister, ¿me concedes el gran honor de acompañarte en este último paseo?

-Me lo estaba imaginando… -susurró al tiempo que se giraba y veía a Matías ante ella.

-¿Y tú qué me vas a enseñar?

-Cómo será tu futuro tuitero sin esa gente tan rara.

-Seguro que mucho mejor que éste, no te quepa duda -le aseguró Ceci, siguiéndole por Tuister.

Pero se encontró con algo que no esperaba. Los colores habían desaparecido, todo era gris. Fueron pasando de TL en TL.

Buenos días…. Buenas tardes… Buenas noches… Hoy me duele aquí…”

Todo era serio y formal. Sin risas, ni bromas, ni canciones, ni poesía. De vez en cuando entraban en algún tuit donde alguien se salía del guion y era irónico, o ponía foto sin sentido, o decía alguna frase graciosa, e inmediatamente era acusado de no tomarse nada en serio, de ser un frívolo e insensible, de no saber de qué iba la vida. Ellos lo sabían; ellos le dirían qué debía poner, escuchar y decir.

Hasta que al entrar en un TL en particular, Ceci se dio cuenta que allí no había cabida para las caras serias, ni se armaba bronca. Se escuchaba música, se hablaba de cine, de libros y, sobre todo, se reía. Se reía sin parar, se bromeaba, se disfrutaba, se bebía cerveza (de la güena).

Ramón, enfadado porque su Racing había perdido (¡qué novedad!); Murdock esperando impaciente el siguiente capítulo por salir; Isa buscando música clásica para ver si podía calmar un poco a esos locos que no paraban de hablar de cosas raras; Koko haciendo preguntas indiscretas; Alberto, junto a Marichus, intentando no perderse en las conversaciones con Gabirol y María; una carita sonriente, el Gran Kaplan, peleando en la guerra cultural, junto a su inseparable compañera, MariMerce…

Cada uno de ellos entraba y salía cuando quería, sin ser juzgados, sin ser mirados de soslayo. Y algunos, bastantes, queriendo entrar, pero sin atreverse.

Ceci sí lo hizo y penetró en ese TL, pero cuando intentó conversar con ellos nadie le respondía. Ninguno se percataba de su presencia. Intentaba hablar y llamar su atención, pero no lo conseguía.

-¿Por qué no me miran ni me hablan?

-¿Te has visto? -le contestó Matías.

La peluca rosa, la falda de pompón, la lata de Clipper de fresa al cuello y la gorra de Caja Rural habían desaparecido. Era gris. Era como los demás. Matías se despidió con una sonrisa y penetró en el TL.

En ese momento, Ceci se despertó sofocada, el móvil se le había caído al suelo y se había roto.

-¡Qué pesadilla! Menuda estupidez de sueño. Y encima ahora tengo que comprarme un teléfono nuevo.

Cuando regresó de la tienda, entró en Tuister, y se quedó atónita.

No había color, no había música, no había literatura, no había risas, ni bromas. Todos los avatares eran iguales: gestos serios, infelices.

-¿Qué ocurre? ¿Dónde están mis locos?

…yo te traigo clavelitos…”

Instintivamente, se giró y le soltó un guantazo al panderetero.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué no encuentro a los míos?

-Definitivamente, sigues igual… -contestó mientras se acariciaba la mejilla en un vano intento de aliviar el dolor del tortazo que se había llevado-. Porque ya no son los tuyos.

-Te dije que te comerías la pandereta. ¿Cómo que no son los míos? ¿Dónde están?

-No se han ido a ningún sitio, eres tú quien les dejó.

-¿Yo?

-Sí, tú, quién va a ser. Fuiste tú quien se quitó la gorra de Caja Rural, el traje de clipper, la lata al cuello, porque era muy hortera y ordinaria. Fuiste tú quien hablaba y hablaba de cosas ‘serias’, quien no se quería juntar con ellos. ¿O se te ha olvidado que no dejabas de decir: “Por qué me junto con esta gentuza”?

-Pero… Pero… Pero…

El móvil se cayó al suelo, otra vez, y Ceci volvió a la tienda a por uno nuevo. (Luego la fama de torpe la tienen otras… pero esa es otra historia)

Cuando volvió, fue directamente al TL de Voces desde la Cueva, y entró cual reina de Tuister (el gif de la reina más usado desde entonces es ella entrando)

-Tachán.

Le había dado un toque de brillo al traje de chica Clipper que le hacía parecer aún más botijillo, pero mejor eso no se lo digáis.

Feliz Navidad a todos.

Firmado: María y Gabirol

BSO: Queen / Friends will be friends

 

6 respuestas a «Cuento de Navidad (de aquella manera)»

  1. capullos !!!! me hacéis un relato y tengo q ser el Grinch de la navidad?
    que mal me caeis que mal me caeis!!!!
    feliz navidad pandilla del tuister….
    que el año que venga sea más y mejor …
    sus quiero pero me caeis todos malamente!!!

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