Dulce noche

Y libre me hicieron…

Una brisa cálida del sur acunaba las hojas sibilantes de un árbol de especie desconocida, apenas una sombra indefinida en la noche oscura de verano, sólo rota por la lengua de fuego de la boca del horno por donde un compañero y yo echábamos leña.

En la radio sonaba una música incomprensiblemente agitada en la noche queda, en la que brillaban las estrellas en el cielo, como en el aria de Puccini -pensaba- mientras la luna perseguía, incansable, el rastro que había dejado el sol en su huida hacia occidente.

Busqué en el dial algo que me evitara el nerviosismo que me producía la música estridente, ajena por completo, a las cuatro de la mañana, de la paz que aquel cielo estrellado nos otorgaba.

De repente, una voz incomparablemente dulce surgió del altavoz, bailó con las llamas, jugueteó con las ramas de los árboles sombríos e inundó todo el recinto con su belleza. Alguien, en esa emisora, había tenido la delicadeza de regalarme aquella canción que quemaba en mi interior como si el látigo de fuego del horno se hubiese introducido en mi garganta.

Recordé la carta que Flaubert envió a Sand: “La vida es tan espantosa que el único medio para poderla soportar es evitarla. Y se la evita viviendo en el Arte, en la búsqueda incesante de lo Verdadero que proporciona lo bello”.

El gran escritor francés le dirigió tal escrito, rescatado por Todorov en su Los aventureros del absoluto, a quien ocultaba tras su nombre masculino a Amandine-Aurore-Lucille Dupin y, por eso, la autora de Un invierno en Mallorca no puede menos que contestar: “Mi profesión es ser libre”. Libre. Y libre me hicieron aquellos tres inolvidables minutos de canción.

La busqué. Pero nunca más volví a oír la voz que aquella noche me había transportado al cielo Verdadero, que dice Flaubert. Ni nunca supe quién era aquella chica de voz melada. Hasta hace unos días cuando, gracias otra vez a esa emisora que aparecía y desaparecía del dial, vino a rescatarme, también de madrugada, en un bajo momento anímico.

Ya no quiero saber quién es esa cantante; ni siquiera cómo se llama la canción. Sólo espero que acuda a mí cuando mi alma la necesite.

 

 

BSO: Sam Brown / Stop

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