Una nueva voz sale de la Cueva, Ana V.S… Y nos deja este viaje maravilloso hacia el pasado de la mano de la música
Notas rasgadas salían de un antiguo violín, formando una armoniosa melodía mientras una mano anciana, pero enérgica, removía la masa de las croquetas. Una dulce voz sonó desde la cocina:
—Cariño, ¿me ayudas? -La delicada música del violín se detuvo.
—Ya voy -respondió la voz jovial y alegre de Alba mientras bajaba atropelladamente las escaleras hasta llegar a la cocina donde se encontraba Elisa, que lucía orgullosa el delantal que su nieta le regalara hace ya unos años por su cumpleaños, algo que a Alba siempre le hacía especial ilusión.
Su abuela le había enseñado a cocinar desde muy pequeña. Para Alba, significaba pasar más tiempo con ella, ya que entre los estudios y el violín no podía dedicarle todo el tiempo que hubiese querido. Vivían juntas ya que los padres de Alba trabajan fuera y siempre estaban viajando por todo el mundo. Sus padres se conocían desde la guardería. Fueron muy buenos amigos desde siempre y, cuando acabaron el instituto, se dieron cuenta de que llevaban enamorados mucho tiempo, aunque no lo habían advertido hasta que fueron adolescentes.
Cuando se casaron, ya habían trabajado en más de quince países. Alba creció hablando tres idiomas y visitando culturas exóticas y lejanas de las que nunca había oído hablar. Pero cuando llegó a la adolescencia, sus padres decidieron que debía priorizar los estudios y se quedó a cargo de su abuela, que se acababa de quedar sola al morir su marido.
La casa de su abuela era enorme. Toda la planta de arriba estaba dividida en habitaciones que se fueron construyendo según iban naciendo los tíos de Alba.
Cuando era pequeña, descubrió, mientras jugaba en la habitación que había sido de su madre, que detrás de un armario había una pequeña puerta, que ocultaba un hueco en la pared, como una especie de habitación secreta. Picada por la curiosidad, se adentró en ella. Era pequeña, pero muy bien iluminada gracias a una gran ventanal al que nunca había prestado atención.
La vista desde allí era muy hermosa, con el campo en pleno esplendor primaveral hasta donde alcanzaba la vista. En aquel momento, Alba se sintió embriagada y emocionada a la vez por haber descubierto un lugar tan especial, en el que, al atardecer, los últimos rayos de sol, dotaban a la habitación de una especie de velo dorado.
Cuando su abuela descubrió la conexión íntima de Alba con esa habitación, decidió que había llegado el momento de adecentarla.
Al sacar todas las cosas que llevaban años allí encerradas acumulando polvo, encontraron envuelto delicadamente con una tela antigua algo que hizo a Elisa emocionarse y, al mirarla, su nieta notó que era algo muy importante para su abuela. Se trataba de un antiguo violín. No era un violín muy caro, ni muy bonito, pero era el violín que había pertenecido a su esposo. El abuelo de Alba se pasaba horas y horas tocando el violín. Le encantaba. Era su pasión. Su forma de expresar todo lo que sentía.
Alba sintió curiosidad por saber qué es lo que le hizo que su abuela se emocionase y, a la vez, sonriera con un halo de nostalgia. En los días que siguieron al descubrimiento, cuando nadie la veía, Alba buscaba el antiguo violín y trataba de tañerlo, pero parecía que le apretaba las orejas al gato, o eso pensaba, burlona, sobre la ‘música’ que salía de aquel instrumento.
Elisa, que no era sorda precisamente, oía cómo aquellos gritos de gorrino degollado retumbaban por la casa, pero, prudentemente, guardaba silencio, hasta que le preguntó a Alba por qué lo mantenía en secreto, si de todas maneras espantaba a todos los pájaros del vecindario. Ella respondió que tenía miedo de que le riñera por tocar el violín del abuelo.
Elisa la miró con dulzura y, en vez de reprenderle, la animó a apuntarse a clases de violín, porque nadie mejor que ella para tocar un instrumento tan querido. Los vecinos también lo agradecerían.
A partir de entonces, Alba recibió clases de violín. Y allí fue donde afloró su verdadera pasión. La música se le introdujo en los recovecos del alma, la sedujo y sería su fiel compañera para siempre donde quiera que fuese.
En el instituto, Alba sacaba muy buenas notas. Era muy trabajadora y organizada. No tenía muchos amigos, quizá por su dedicación a formarse, pero eso no le importaba en exceso. Le gustaba todo tipo de expresión artística, que hacía que su creatividad se desbordase, sobre todo, en la música y, aunque no se le diera especialmente bien, disfrutaba mucho con el baile, la fotografía, dibujando o con cualquier otra forma de expresión artística.
Pero había algo sorprendente en Alba: no tenía ninguna red social ni otros elementos modernos de comunicación de masas, salvo la que usaba para mandar y recibir mensajes, aunque no le prestaba demasiada atención tampoco. Cuando entró al instituto, como tantos de sus amigos se creó un perfil en Instagram, pero aquella red social dedicada al postureo y a mostrar vidas ‘perfectas’ acabó aburriéndola, aunque estuviese de moda en ese momento. No le gustaba, no sentía la necesidad de ver la supuesta vida de la gente.
En realidad, no le importaba un pimiento la necesidad de los demás de aparentar algo que, presumiblemente, no eran.
A Elisa le encantaban todos aquellos juguetes tecnológicos surgidos en los últimos tiempos, le parecía muy sorprendente que gente de cualquier parte del mundo pudieran estar comunicándose por mensajería instantánea. Pero Alba, nacida en plena era digital, nunca se sintió atraída o, al menos, nunca fue presa de la moda para las masas. Aun así, prefería estar con su nieta, que le explicaba todo lo que le había sucedido desde su última visita con pelos y señales, como cuando le contó que su madre había conseguido entradas para ver el concierto de Gil Shaham, su violinista favorito.
Había conocido a Gil Shaham en una de sus clases de violín. A su profesor le gustaba mucho y la ponía a practicar muchas de sus obras. Al principio no le llamaba la atención, hasta que, por su cuenta, descubrió una obra que le encantó. Al escucharla por primera vez, sintió que su cuerpo se dejó envolver por esa música. La delicadeza con que hacía surgir las notas del violín, le llegaron muy adentro, provocando que cada vez que lo escuchase, su alma vibrase. Esa obra fue el principio de su afán por llegar a conocerle en persona y poder ser, al menos, igual de buena que él.
Cuando su madre le contó cuál sería su regalo de cumpleaños de ese año, Alba no pudo estar más contenta. En el momento de la llamada estaba en el ‘refugio’, su cuarto en casa de su abuela. Se puso a dar saltos de alegría. Su abuela fue a ver qué pasaba, pensando que quizá algún vecino le había tirado un zapato para que dejara de tocar el violín, pero ella, entre risas, le contó la sorpresa que le había dado su madre y Elisa se alegró muchísimo por ella y por los vecinos.
Desde ese día, Alba esperaba impaciente a que llegara la fecha del concierto -el 24 de mayo-. Su mente trabajaba sin descanso: el viaje, lo que harían juntas, los sitios que visitarían y, por supuesto, el concierto. Alba tenía todo planeado para ese día, y esperaba que se cumpliese todo tal y como ella soñaba.
Cuando por fin llegó la señalada fecha, estaba muy nerviosa. Apenas había podido conciliar el sueño. Su abuela le había ayudado a hacer la maleta y después la acompañó a la estación, donde ya la esperaba el tren calentando motores, pero antes de que Alba se montara, su abuela le dio el violín con una funda que no había visto nunca.
—¿Y esta funda?
—Es tu regalo de cumpleaños, cariño -dijo con un hilillo emocionado de voz-. Era la funda que su abuelo utilizaba para sus conciertos…
—¿El abuelo dio conciertos? -dijo, sorprendida. Lo único que le había explicado su abuela hasta entonces era que le encantaba tocar, pero prometió contarle el resto de la historia cuando volviera de su tan esperado viaje. Alba le dio otro abrazo y muchos besos y se fue corriendo porque casi perdía su tren.
El viaje lo pasó acurrucada en un asiento, dormitando y vislumbrando entre sueños el gran momento. Eran las siete de la mañana cuando llegó a su destino, donde ya la esperaba su madre con cara de haber dormido poco también. Al encontrarse, las dos se fundieron en un cálido abrazo y subieron al taxi para dejar el equipaje en el hotel y dedicar el resto del día a disfrutar una de la otra.
Al atardecer, decidieron dar un paseo por la playa y terminaron sentadas encima de la cálida y blanca arena de la playa. El cielo se vestía de colores rosas y naranjas. El mar estaba tranquilo y las olas susurraban un arrullo tan envolvente que no pensaban en nada, sólo cerraron los ojos y dejaron que la brisa acariciara su piel. Sentían felicidad plena. Alba hacía mucho que no se sentía así. Estaba siendo un cumpleaños que jamás olvidaría.
Mientras la marea iba subiendo y el sol comenzaba a declinar por el oeste, su madre le empezó a contar historias de cuando era pequeña. A Alba le encantaba oírlas. A su abuela le insistía continuamente para que le contara historias de otros tiempos, de otras costumbres y otras formas de ver la vida. Alba podía pasar horas escuchando esas mismas historias, pero nunca se cansaba.
Al día siguiente, se levantaron muy temprano. Era tradición en su familia que el día del cumpleaños Alba eligiese su desayuno, su comida y su cena.
—¡Gofres! ¡Mamá, quiero gofres! -exclamó Alba al pasar por una cafetería. Después, recorrieron la ciudad haciendo tiempo y disfrutando de su mutua compañía.
Por fin, llegó la hora del concierto. Al mirar la fachada del edificio, Alba quedó un poco desilusionada, ya que imaginaba algo más majestuoso. No destacaba mucho. No era un gran edificio, pero al pasar al interior descubrió un lugar mágico. La sala era bastante grande. La parte baja estaba repleta de asientos forrados de terciopelo rojo y el escenario era enorme.
En ese momento, había poca gente, pero se fue llenando lentamente. Alba estaba entusiasmada. Se notaba inspiración, arte, magia. Una sensación parecida a la había experimentado al ver el pequeño ‘refugio’ secreto en casa de su abuela. Un lugar donde la música lo envolvía todo.
La sala se quedó a oscuras y Alba fue arrebatada por el influjo mágico que aquel violinista lograba expandir por la sala. Era magia, sí, pero sostenida por la belleza que solo los grandes artistas logran arrancar al instrumento musical durante todo el concierto.
Finalmente, el artista arrancó un largo y prolongado lamento al violín y todo el público se levantó aplaudiendo con entusiasmo. El violinista se puso en pie, visiblemente emocionado a su vez, y se dirigió al público para decirles que podían hacerse fotos o que les firmaría lo que quisieran. Alba se levantó entusiasmada, abrió la funda del violín y sacó la partitura de la obra de Shaham que tanto impacto tuvo en ella. Su madre se quedó en el asiento esperando.
La gente guardaba una exquisita educación y hacía cola para estar con el maestro.
Cuando llegó su turno, le dio la partitura para que la firmara. Al verla el violinista abrió mucho los ojos y se congratuló al ver cuál era.
—Esta partitura la compuso mi maestro y es una de mis favoritas -dijo, mientras se la firmaba.
Alba fue a buscar a su madre para enseñárselo. Estaba en una especie de burbuja de felicidad, aún excitada por todos los acontecimientos vividos en las últimas horas.
Salieron a la calle y fueron a un puesto de comida rápida, donde compraron unas hamburguesas y se sentaron en un parque a comerlas. Alba tenía una sonrisa permanente en su cara, no paraba de hablar de lo increíble que había sido el concierto y cuánto le había inspirado.
Ya en el hotel, charlaron sobre el emocionante día y, apenas sin darse cuenta, se quedaron dormidas. A medianoche, Alba despertó sobresaltada. El violín. No estaba. Muy nerviosa, despertó a su madre, que trató de tranquilizarla, cuando recordó que, al levantarse para que le firmara las partituras, Alba había dejado el violín en el asiento del teatro.
Ambas se dispusieron a ir hacia el teatro, que ya estaba cerrado, pero aún quedaba gente de mantenimiento limpiando el edificio. Al llegar, le explicaron al vigilante lo ocurrido con el violín y accedió, aunque en un principio no estaba muy seguro de su decisión, a que entraran al teatro.
Al adentrarse en la gran sala, escucharon una preciosa, delicada y dulce música que parecía que parecía surgir del escenario. Al acercarse, vieron que Shaham estaba interpretando con el violín perdido la obra que Alba se llevó firmada.
La angustia por la pérdida, el sueño acumulado y todo cuanto no fuera dejarse arrebatar por la música, desaparecieron de su mente. Alba estaba atónita, al ver la maravillosa destreza con la que tocaba aquel instrumento, su capacidad para arrancar la belleza de sus cuerdas.
Cuando el violinista terminó de tocar, Alba y su madre le aplaudieron, lo que sorprendió al músico, que se sorprendió al verlas a esas horas en zapatillas, con las batas y sus caras de sueño.
—Muchas gracias por vuestros aplausos -exclamó-, pero, ¿qué hacéis a estas horas de la madrugada aquí?
—Hemos venido para recuperar el violín que me había dejado en el asiento al terminar el concierto -dijo Alba-. Tiene un gran valor sentimental para mí, porque era de mi abuelo. De hecho, iba a decirle que el violín que con tanta destreza estaba tocando hace unos instantes, es el que estoy buscando…
La expresión en la cara del músico mostraba sorpresa e incredulidad, pero se acercó a las dos. Desenfundó su propio violín y le dijo que se fijase en la parte trasera, donde aparecía una especie de firma, que le era familiar a Alba. El músico enseñó después la parte trasera del violín de Alba y la firma coincidía.
—Este violín me lo dio Pablo de Sarasate, mi mentor. A los alumnos a los que él llegaba a apreciar les regalaba un violín como este. El mío me lo dio momentos antes de mi primera actuación a nivel internacional -dijo el violinista con tono nostálgico rememorando aquel concierto lejano.
Alba estaba muy confundida, su abuelo no se llamaba Pablo de Sarasate, sino Arturo Estofadis. Miró a su madre, tan desconcertada como ella.
—Creo que es el momento de que conozcas toda la historia, cariño -le dijo mientras la invitaba a sentarse al borde del escenario. A su lado se sentó el músico-. Tu abuelo, aunque lo conozcas por Arturo Estofadis, a los ojos del resto del país era Pablo de Sarasate, uno de los mejores violinistas del país. Dio giras y conciertos nacionales e internacionales…
En ese momento, Alba se quedó paralizada, sentía una mezcla de asombro e incomprensión, y eso la enfadaba. ¿Por qué? ¿Por qué lo han mantenido en secreto? Entonces, como si compartieran pensamientos, su madre respondió.
—No te hemos querido contar esto antes, porque tu abuelo no quería. Al final de su carrera no disfrutaba realmente de la música, le obligaban a dar conciertos y actuar, cuando a él lo único que le apetecía era estar en su cuarto tocando para sí. Antes de que tú nacieras -suspiró-, nos hizo prometer que no te contaríamos esa parte de su vida. Él lo hizo para que tú no te sintieras presionada a seguir sus pasos y, en el caso de que te gustase, aprendieras sin ninguna presión, dejando libertad a tu propio talento. Te lo habríamos dicho cuando fueses mayor; de hecho, tu abuela también hubiese querido contártelo, pero…
Alba no dijo nada durante el resto de la noche, sumida en sus propios pensamientos.
El día había sido intenso y no era fácil lidiar con las emociones acumuladas. Durante el viaje de vuelta su mente no dejó de procesar toda la información que le habían contado la noche anterior, aunque tampoco fue mucha, ya que su madre le dijo que la persona que debía de contarle esa historia era Elisa.
Alba regresó por fin a su ciudad. Al salir del tren, su abuela la esperaba con una sonrisa de bienvenida. La abrazó con mucha fuerza y antes de que dijese nada, Alba le dijo:
—Abuela, ha llegado el momento de que me hables de Pablo de Sarasate.
Su abuela mostró en su rostro una felicidad aún mayor de la que ya sentía al ver a su nieta, y le respondió:
—Así es, cielo. Vamos a casa y podré, por fin, contarte la historia de tu familia y su pasión por la música.