La lucha feroz contra los demonios que dominan un alma débil y un profundo amor capaz de hacerles frente.
-¡Cierra la ventana!
Obedeció de inmediato.
El viento huracanado a punto estuvo de apagar la llama de la casi consumida vela que iluminaba la cueva.
-¡Ten cuidado! ¡Sólo nos queda esa! -le gritó.
-Lo siento -se disculpó, mirando de soslayo la cajita de madera que reposaba en el destartalado armario del pasillo. No se había dado cuenta aún. Podía respirar aliviado.
Esa noche se iría a dormir temprano. La tormenta no amainaba. Al pasar junto a la cajita, en dirección al dormitorio, la recogió disimuladamente.
-¿Vas a tardar? -le preguntó, con la esperanza de que su respuesta fuese afirmativa, y así poder disponer de unos pocos minutos para terminar su delicado cometido.
-Sí. No me esperes despierto.
Una leve y fugaz sonrisa apareció en su rostro.
-Estoy demasiado cansado. Me dormiré pronto -mintió.
Con mucho cuidado, se agachó junto a la cama sigilosamente. En el suelo de madera, escondido bajo un tablón desprendido, pudo comprobar con gran alivio que seguía el pergamino. Tampoco lo había descubierto. Todavía estaba a tiempo.
Desdoblándolo con la mayor delicadeza de la que fue capaz, lo colocó en la mesa.
Abrió la cajita y sacó una pequeña y delgada vela, casi tan consumida como aquella que se encontraba encendida en el salón, pero albergaba la esperanza de que le durase lo suficiente para poder finalizar su tarea.
-Date prisa, llegará de un momento a otro.
-Lo sé. Lo hago lo más rápido que puedo. Ten paciencia -le suplicó.
Su mirada mostraba el miedo que sentía. El ser se arrepintió al instante de haber intentado precipitar su labor y permaneció a su lado.
-Llegarás a tiempo -le tranquilizó.
De uno de los cajones de la mesa sacó una larga y estilizada pluma de ganso.
Al notar su roce, volvió a sentir la misma emoción que le produjo su contacto el día que, por fin, pudo hacerse con una de ellas, al caer desprendida de uno de esos hermosos ejemplares que sobrevolaban su cueva en invierno, y que ella alejaba de allí, con gritos y aspavientos, cada vez que los veía.
Impregnándola de la poca tinta que le quedaba, se dispuso a concluir su laboriosa tarea. La mano le tembló ligeramente al apoyar la pluma en el pergamino. Respiró profundamente, se recompuso y comenzó a escribir. Arrastraba la punta de la pluma despacio por el papel, con maestría. No podía cometer ningún error o estaría perdido. Era su única oportunidad.
El ser se fijó en su brazo. Esas señales… Se acercó un poco más. La vieja camiseta que llevaba, estaba tan desgastada que casi se transparentaba, por lo que le permitió observar que tenía la espalda plagada de cicatrices. Arañazos, latigazos… Algunas heridas sin curar aún. Se separó lentamente, con cautela, para que no se diese cuenta que las había visto.
-Oigo pasos. Se acerca -le avisó -. Apresúrate.
-Ya casi he terminado.
La puerta de la habitación se abrió de golpe. El ser se desvaneció en la oscuridad.
-¿No estabas durmiendo?
-No podía dormir… La tormenta… -se justificó, mientras se recostaba en la cama.
-¿La tormenta? Qué miedo… -dijo ella despectivamente mientras se acostaba sin hacerle el menor caso.
Por suerte, había tenido suficiente tinta y luz para poder terminarlo. Ahora quedaba lo más difícil, y no sabía si podría llevarlo a cabo.
Unos finos rayos de sol penetraron a través de las rendijas de la ventana. La interminable noche había llegado a su fin.
-¿La has conseguido?
-Sí. La tengo -le dijo algo nervioso.
-Vamos… Date prisa. Ha salido, hemos de aprovecharlo -le indicó el ser con premura mientras le señalaba el camino.
-Ya voy.
Al llegar a la orilla, se detuvo. Admiraba la calma del agua. Mansa, limpia, transparente. Unas ligeras olas le mojaban los pies. De repente, sintió una gran zozobra. Había conseguido llegar, sí, pero…
-¿A qué esperas? Ella no va a cambiar. No esperes nada de ella.
-…
-¿Ahora vas a dudar? ¿No ves lo que te está haciendo?
El ser permaneció en silencio. Intentó no resultar obstinado, pero la sensación de que se acababa el tiempo era persistente. No se podía demorar más.
-No puedo.
-¿Estás seguro?
-Será mejor que lo deje… No puedo hacerle esto -el abatimiento se apoderó de él.
-Debes… -el ser guardó un largo y prolongado silencio-. Decidas lo que decidas –dijo al fin-, estaré a tu lado.
El ser se desvaneció y él volvió a la cueva.
Miró la caja vacía; ya no le quedaban velas ni tinta. La cogió junto con el pergamino y la botella, y los escondió debajo del tablón suelto.
Esos momentos vividos en la orilla de la playa los revivía una y otra vez. Había tenido la oportunidad, habría podido conseguirlo…
Se asomó a la ventana y allí estaba. Sentada, observaba a todo aquel que pasaba por allí. Si alguno se acercaba, ella les sonreía, se mostraba radiante, encantadora, y les regalaba alguna de las maravillosas flores que inundaba su jardín, y que él se esmeraba por mantener, aun a costa de mucho esfuerzo.
-No puedo…
-¿No puedes o no quieres? -El ser se acercó a él, y los dos observaban a su esposa que seguía en el jardín atendiendo con su mejor sonrisa a todo aquel que se acercaba-. ¿Sabes que si no mandas la botella nadie vendrá en tu ayuda?
-Y si la mando, ¿cómo puedo estar seguro de que vendrán? ¿O de que me ayudarán?
-Si no lo intentas, no podrás saberlo nunca.
La observaba mientras algunas de las personas que en ese momento estaban junto a ella contemplaban maravilladas su jardín.
-No me creerán.
-Debes dejar que sean ellos quienes lo decidan.
Esa noche ella no estaría. Volvería a intentarlo.
Caminó despacio hacia la playa y, sin pensarlo más, lanzó la botella lo más lejos que pudo.
El ser apareció a su lado. La observaron. Quietos, en silencio, uno junto al otro. Iba y venía con cada ola. Poco a poco, se fue alejando, arrastrada por la corriente.
-¿Vendrán?
-Eso ya no está en tu mano.
Todas la mañanas corría a la orilla de la playa, se sentaba en la fría arena y esperaba.
El mar, burlón, le daba esperanzas cuando al llegar, el sol señalaba un pedazo de cristal semienterrado. Ilusionado, apartaba rápidamente la fina arena, y comprobaba si traía alguna respuesta.
El mar jugaba con él. Día tras día, le alentaba y, día tras día, le decepcionaba.
Poco a poco, se fue olvidando de la botella.
Los días pasaban y la puerta de la cueva permanecía cerrada. Algunos oían voces dentro, pero pasaban de largo sin ni siquiera mirar. Golpes, gritos, silencios; más golpes, más gritos, más silencios. Otros eran un poco más osados y se acercaban a la ventana a mirar, pero él se aseguraba que estuviese siempre bien cubierta. Nadie debía saber… Si alguna vez alguien había intentado a cercarse a la puerta, ella había salido rápidamente, dejándole a él solo, con la promesa de que volvería pronto. Pero pasaban las horas y ella no regresaba.
-Está muy ocupada, es normal.
-Claro… Está muy ocupada -le repetía el ser.
En un descuido, mientras arreglaba el jardín, con ayuda de algunos vecinos, le vieron unas extrañas heridas en el brazo. Se miraron entre ellos. Ninguno dijo nada.
Una noche regresó de madrugada a la cueva, llena de golpes y con la ropa hecha jirones. Sin hacerle ninguna pregunta, la cogió en brazos y la llevó a su dormitorio. Con la mayor delicadeza de la que fue capaz, la desnudó y le curó las heridas. Vistiéndola con ropa seca y limpia. Ninguno de los dos dijo nada. Él la cuidaba; ella se dejaba cuidar.
Pasaron varios meses y las heridas de él cicatrizaron. Pero las de ella no se curaban. Por mucho cuidado que pusiese, las heridas se reabrían una y otra vez. Las limpiaba, las curaba, pero no se cerraban. Ella agradecía cada uno de esos gestos, sin una sola queja.
Una gran tormenta volvió a visitarles. A la mañana siguiente, mientras él recorría la cueva comprobando los desperfectos, ella atendía a sus vecinos que habían venido a preocuparse por ellos.
-Sí… Ha sido mucho trabajo… -le oyó decir a ella-. No hemos parado en toda la tormenta de mover cosas, tapando goteras… Hemos traído maderas, hemos achicado agua… Hemos…
Al salir de la cueva, observó que uno de ellos llevaba algo en la mano que le resultó familiar.
¡La botella! ¡La habían encontrado! Se había olvidado por completo.
-Entre los restos de la tormenta, he encontrado esto cerca de mi casa. ¿Sabéis que puede significar? -preguntó con curiosidad.
Él se acercó, temeroso de la reacción de ella y de sus vecinos, e intentó hacerse con la botella. Ya no quería que nadie lo leyese. Vio cómo le entregaba el pergamino a su esposa, y reconociendo su letra, lo leyó. Le buscó con la mirada y, sin darse cuenta, se le cayó el pergamino al suelo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Intentó moverse, pero no pudo.
Él la observaba de lejos. Consiguió, por fin, reaccionar y acercarse a él. En ese momento, uno de ellos vio las cicatrices en los brazos y en la espalda de ella.
Comenzaron los cuchicheos entre sus vecinos. Ella los miró aterrada y al girarse para buscarle, sólo pudo distinguir una figura alejándose.
Uno de los presentes, recogió el pergamino y lo leyó. Pasándolo de mano en mano, todos terminaron por leerlo. La rodearon, y la miraron con recelo.
-Esas heridas son recientes…
-Pero no son por la tormenta…
-Parecen arañazos… Y golpes…
Completamente desconcertada, sin saber qué decir y sintiéndose terriblemente sola, corrió a adentrarse en su cueva. Ellos la persiguieron.
El ser se sentó a su lado, sobre la arena húmeda y fría.
-¿Por qué no les has dicho la verdad?
-¿Para qué? He visto su reacción. Ya tienen un culpable.
-¿No vas a decirles nada? Si les cuentas la verdad, si les dices que ocurre, ellos sabrán entenderte.
-¿Eso crees? ¿Que nos escucharán? No, ellos nos usarán. Usarán nuestras heridas para atacarnos. ¿Y necesita ella eso?
-¿Y no es lo que quieres? ¿No quieres que se sepa la verdad?
-¿Qué verdad? ¿La mía, la suya?
Esa noche se quedó a dormir al raso y decidió no regresar a la cueva. Ya no le importaba lo que pensasen de él; ya no le importaba si los demás veían lo que él veía; ya no le importaba si los demás le creían; ya no escondería más sus heridas. No sabía lo que pensarían si veían sus cicatrices, y si dirían que él era el responsable de habérselas producido, aun sabiendo que la mayoría de ellas, sobre todo las que no se veían, eran por protegerla de sí misma. Pero… ¿era así? ¿Todas? ¿Todas las heridas las había provocado ella?
Observaba el titileo de las estrellas, escuchaba el sonido de las olas, notaba el frío de la arena en su piel…
-Creí que te habías ido.
-¿Debería?
-Siempre has estado ahí. Sin preguntas, sin condiciones. Pero cuando ellos vinieron… Gritaban…… Me dijeron que habían leído el pergamino, que ya venían en mi ayuda, que habían visto mis heridas, que no eran provocadas por la tormenta, y tú… Tú no estabas.
-¿Y qué esperabas? ¿Que me quedase a recibir más golpes?
-Me siento tan sola, tan vacía. El miedo se apodera de mí. La ira, la rabia, el rencor es lo que me hace herirte, es lo que me impulsa a dañarte. Algo dentro de mí me dice que no lo haga pero…
-¿Sufrir más? ¿Es lo que me propones si me quedo? ¿No crees que ya he sufrido lo suficiente? Lo siento, pero debo irme.
Permaneció callada unos instantes.
-Ellos me dijeron que me ayudarían, que ellos sabrían qué hacer -musitó con la cabeza gacha-, pero nunca lo hicieron. Sólo me han utilizado -una rabia apenas contenida se atisbaba en sus palabras-. Sólo tú estuviste cuando nadie más había, cuando llegaban los demonios y no era yo. Y te traté tan mal…
-…
-Ahora estarán en sus cuevas calientes, resguardados de la lluvia, y del aire frío que está azotando la noche. Pensando que tienen que venir a verme, que tienen que venir a cuidarme… si tienen tiempo. Me dirán lo que deseo oír, me dirán lo que debo hacer, y luego volverán a sus cuevas a seguir con sus vidas, olvidando a la loca de las heridas –una furtiva lágrima salió de lo más profundo de su alma-. Pero… ¿quién se quedará conmigo cuando vuelvan las pesadillas? ¿Quién me ayudará a combatir a la oscuridad? ¿Quién se enfrentará a esos demonios cuando vuelvan a salir… y no estés tú?
Él la miraba como la miró la primera que vez que se conocieron, cuando aquella chica tímida y delicada le robó el corazón. La miró como cuando la tuvieron que internar en el hospital tras una crisis. Sus ojos la recorrieron, ahora más desvalida que nunca, como aquel día que ella le dijo que no tenía mucho que ofrecerle, pero que lo que tenía se lo regalaba.
Se acercó a ella y la abrazó con fuerza, pasándole la mano por el pelo, y musitó:
-Nunca dejaré que luches sola contra tus demonios.
BSO: Playing For Change Stand by me
💕💕🤗🤗😘😘….esos demonios interiores. !!!Cuanto más lejos mejor …
Esos demonios interiores es difícil alejarlos, por lo que debemos aprender a convivir con ellos y el amor es fundamental en esa pelea diaria. Muchas gracias, Arancha.
Es muy bello, y muy triste.
Elegir estar con la persona amada, pese a todos los obstáculos, no es triste. Doloroso y duro, sí, triste no. Muchas gracias por leerme Visipedia.
Duele
El amor, muchas más veces de las que deseamos, duele. Muchas gracias por leerme, Beatriz.
La vida, a veces, nos pone a prueba para saber de qué pasta estamos hechos. Hay cosas que no se aprenden, ni se enseñan, cosas que pertenecen a lo más íntimo de cada uno, y siempre, siempre, salen a relucir cuando la situación lo requiere. Hay quien huye y quien se sacrifica, quien se esconde y quien se arriesga. Muy bien desarrollado el relato. Siempre logras dar con la tecla de nuestro interior. Enhorabuena
En ese interior se esconden, muchas veces, respuestas muy dolorosas a preguntas difíciles. Y no todos se atreven a responder. Muchas gracias por leerme, Sancho.