No sabía a quién ni qué podía encontrar, pero eso no le frenó.
La noche era apacible. No hacía frío, pero la humedad y la postura en las rocas empezaban a afectar a sus viejos huesos. La luna había decidido, por fin, asomarse tímidamente, y la luz que reflejaba sobre el agua mansa ayudaba a ver con mucha más claridad lo que estaba sucediendo en la playa, aunque también podían verle a él. Consiguió encender el cigarro, y dejó el mechero apoyado en la roca, recostándose sobre ella intentando acomodarse mejor. Su nueva amiga no se asustó y siguió junto a él, pero en un descuido agarró el mechero y elevó rápidamente el vuelo, pero se le escurrió del pico y lo dejó caer de nuevo en la roca.
-¡Maldito bicho! ¡Viene a molestarme y encima me roba! -exclamó enfurecido el anciano, recogiéndolo rápidamente. En ese momento, escuchó una voz a su espalda.
-Tengo algo para ti.
La chica de las conchas surgió de las sombras, sobresaltándole.
-¡Tu puta madre! ¿Queréis dejar de acercaros a mí así? El día menos pensado os lleváis una patada en la barriga, y no digáis que no os he advertido.
La chica sonrió y se sentó junto a él.
-¿Qué quieres? -le increpó Nadie. Ella le miró como si no supiese de qué estaba hablando-. ¿Qué quieres de mí? -hizo una pausa y aguzó la vista-. Ah, fuiste tú la que le dijiste a ese inútil de Manúo que viniese a buscarme…
-Pues… ¡Mira qué bonita! Es de un mejillón…
-Ya empieza… -masculló mientras la chica se acercaba a la orilla en busca de más conchas-.¿No me vas a decir qué es lo que quieres?
Un lastimero grito resonó cerca del acantilado.
-¡La que faltaba! -exclamó viendo como se alejaba la chica de las conchas sin responder a sus preguntas-: la loca del acantilado dando voces.
Las mujeres miraron hacia el acantilado, pero ninguna hizo intención de acercarse.
-¿No va a ir nadie? -preguntó una mujer sentada en una banqueta junto al carromato.
El viejo sonrió, al final le iba a gustar el nombre que le había puesto Manúo.
-Si voy yo -se dijo-, a esa chiflada no vuelven a oírla más -y volvió la mirada hacia la mujer que había hablado. A simple vista le pareció que no destacaba en nada, hasta que se fijó que sonreía. Sonreía continuamente, terminando todas sus frases con una risita de conejo. Parecía algo fatigada, y no se movía de la banqueta, pero animaba a todos con sus chascarrillos.
-Sí, sí, ya iremos, no te preocupes -le dijo la marquesa, pero el viejo sabía que no tenía la más mínima intención de mover el culo de allí-. Tú, acércate a ver qué le pasa ahora a esa vieja loca, que cualquier día se nos tira de verdad por el acantilado -le ordenó a una de las mujeres más jóvenes.
La chica a la que se dirigió la marquesa no la había visto cerca del carromato, ni en la hoguera, ni en el camino a la playa. Había permanecido entre las sombras, en silencio, y había aparecido solamente cuando la habían reclamado, algo muy raro en ese grupo de brujas, ya que su parloteo era constante. Cuando una se callaba, otra comenzaba su discurso. Volverían loco a cualquiera que pasase con ellas más de cinco minutos. La muda, sin embargo, había permanecido al margen. Y así continuó, ya que se separó de ellas en dirección al acantilado en el más absoluto de los silencios.
La quejica le dijo algo al oído a la marquesa, y las dos dirigieron su mirada hacia el anciano.
-Sí, ya le he visto. Lleva un buen rato ahí, quieto, fumando, y sin dejar de observarnos.
-Buenas noches -saludó Nadie, sonriendo al darse cuenta que se habían percatado de su presencia.
-¿Qué quieres? -preguntó la marquesa enfrentándose a él.
-Nada que tú me vayas a dar.
Unos cuchicheos detrás de ella la hicieron voltearse para ver qué sucedía. En el carromato se había formado un pequeño revuelo. Al volver la vista hacia las rocas, Nadie seguía allí.
-Maldito viejo… ¿Qué pasa? -se acercó a las mujeres, que nerviosas miraban la lista que tenía la quejica en la mano.
-Nada, no pasa nada.
Incrédula, se acercó al carromato y se subió a él. Permaneció un rato escudriñando dentro.
-Ya está vacío, ¿cuál es el problema?
-No han salido todos los libros -indicó la chica de la sonrisa perenne.
-¿Estáis seguras?
La mujer mayor se irguió, echó los hombros hacia atrás, se colocó las gafas y se dispuso escrutar el papel que le daba la quejica. Había dos libros sin tachar. Levantó la mirada, altiva, y se lo devolvió a la joven.
-¿Dónde están?
-Deberían estar ahí. Yo me aseguré personalmente de que salían de la biblioteca -afirmó la chica. Nerviosa, pero convencida de no haber cometido ningún error, le arrebató el papel y volvió a comprobarlo. Después de unos segundos se acercó a su compañera que había bajado del carromato a duras penas.
-Deberían estar todos, pero… No sé qué ha podido pasar. Le dije a…
Retumbó, a lo lejos, otro grito agonizante.
-Mi amado… ¿No vienes a por mí?
-Como no vayan pronto a callarla, de ésta no se escapa y acaba en el fondo del acantilado -dijo el anciano.
Volvió su atención al grupo de mujeres. La quejica y la marquesa se habían enzarzado en una discusión y las demás las miraban sin atreverse a intervenir.
La señora marquesa… Se acababa de dar cuenta que le había puesto apodo a todas ellas, y que era de las cosas más divertidas que había hecho en mucho tiempo. La marquesa, la quejica, la risitas, la muda… y moviendo la cabeza levemente de un lado a otro, suspiró. Menuda panda…
En ese momento, otra gaviota se posó en la arena de la playa, un poco alejada de las rocas.
-Ni se te ocurra acercarte o acabarás siendo mi cena –le dijo apuntándole con el dedo. El ave dio un pequeño salto y batió sus alas, pero volvió a posarse en el mismo sitio.
-No hay manera. ¡Pesadas! –exclamó, resignado. Encendió otro cigarro, teniendo cuidado esta vez de poner su mechero a buen resguardo. La gaviota le miraba fijamente.
El viejo cogió una pequeña piedra y se la lanzó, aunque no había querido apuntar.
-¡Dejadme en paz!
Un bulto cerca de las rocas, donde había estado sentada la chica de las conchas, le había llamado la atención al coger la piedra. Se acercó y lo recogió. Estaba envuelto en una vieja tela, sucia y algo raída. Lo abrió con cuidado, y su cara se iluminó. Rápidamente, lo volvió a envolver y lo guardó en su bolsa.