Alguien más escucha sus voces, pero sólo ella escucha sus gritos.
Se acelera la respiración de uno de los chicos, duda, pero, finalmente, comienza a hablar en susurros. Las ráfagas de aire se suceden e impiden que sus palabras lleguen nítidas a mí.
-Hace unas noches me invitaron… buen vino… partidas de naipes…. en la taberna alternando con unos y con otros, jugando y bebiendo… monedas que padre me había dado para pagar al dueño de la cantera… me lo jugué… Dinero, ramera… Y, eso, pues…
-¡¿Le robaste a padre?! -vuelve a alzar la voz, para mi consuelo.
-No, no… Bueno, no era mi intención. Yo estaba ganando. Sabes que soy muy bueno haciendo trampas y uno de ellos me dijo que si no era un cobarde que lo apostase todo, y yo…
-Lo perdiste. Fuiste un imbécil creyendo que eras más listo que esos hombres -esas palabras suenan en movimiento, como si se dirigiera a fuera del callejón.
Un grajo se ha posado en el muro y su graznido me ha erizado la piel. El viento ha cesado.
-Al día siguiente no recordaba nada de lo que había pasado. Me vestí y regresé a la posada, pero unos días después, cuando estaba en la taberna, varios hombres se acercaron a mí reclamando una deuda de juego.
-¿No decías que habías ganado? -cualquiera hubiera notado el sarcasmo en su voz.
-Hermano, sólo recuerdo haber ganado a la puta.
-¿Y qué pretendes…, que huyamos con lo puesto? ¿Que padre renuncie a cobrar por su trabajo…? ¿Y de qué comemos…? ¿Qué le diremos a madre cuando lleguemos con las manos vacías y sepa que su hijo es buscado por unos desalmados…? -durante unos segundos, esas preguntas se quedan flotando en el aire, sin respuesta.
La voz grave y seria del maestro cantero a mi espalda hace que dé un brinco y mire hacia allí, como si fuera a ver algo…
-Me has robado -la decepción es patente en la voz del hombre-. Te has jugado el dinero de nuestro trabajo… ¿y pretendes que nos vayamos huyendo como ratas?
-Padre… Yo… -titubea.
-Esto destrozará a tu madre y por eso no te delataré, pero no vamos a huir sin terminar la faena, y sin cobrar el trabajo. Alfonso, esta noche vente conmigo -tan tajantes suenan sus palabras que incluso yo me doy media vuelta yendo hacia la salida. Retrocedo al darme cuenta de la estupidez que estoy haciendo. Si no lo estoy ya, acabaré por volverme loca.
Los pasos seguros y firmes del maestro cantero se oyen como mazazos por el empedrado; los otros son lentos, arrastrando los pies al caminar.
-¿Qué piensa hacer padre?
-No lo sé, pero haga lo que haga te lo tendrás bien merecido -intenta sonar indiferente. En su timbre de voz no puede disimular la preocupación por su hermano y el miedo por la respuesta del padre.
¿Permanezco en el Callejón de Don Álvaro? ¿Regreso a la Casa del Sol o me voy y dejo atrás todo este sinsentido? En ese momento, una chiquilla de piel muy blanca se acerca a mí y me pregunta algo en un idioma que no entiendo, y, como puedo, le hago saber que no la entiendo. Mira al señor que la lleva de la mano. Éste, sonriendo, se dirige a mí en un perfecto español.
-Quiere saber dónde están los caballos.
-¿Caballos? -mi rostro debe haberse vuelto mortecino porque el guiri me mira asustado.
-¿Se encuentra bien?
-Sí, sí -consigo reaccionar-. ¿Qué caballos?
-Mi hija dice que ha oído caballos en esta calle y hemos venido a verlos pensando que sería algún espectáculo medieval.
-Pues… No, no hay caballos por aquí… O eso creo.
La chiquilla parece entenderme y, decepcionada, se suelta de la mano de su padre, dirigiéndose a la entrada del callejón. ¿Ha escuchado a los caballos, a los muchachos? Me encantaría hablar con ella, pero si lo hago debe ser a través de su padre y no estoy muy segura de si entenderían la conversación.
Salimos del callejón. El hombre haciéndome un montón de preguntas: qué otros lugares hay de interés, dónde pueden almorzar, dónde se pueden sacar las mejores fotos… Estar con ellos hace que vuelva a la realidad, y les hablo de varios sitios que pueden visitar mientras paseamos por la plaza de San Mateo: el Museo de Cáceres, con su impresionante aljibe; la estela con un ‘astronauta’ encontrado en el Casar de Cáceres… y, sin darme cuenta, encamino de nuevo mis pasos hacia la Casa del Sol. La conversación es muy agradable. Me hacen multitud de preguntas, verdaderamente interesados en la historia que recogen las piedras por las que paseamos y que consiguen hacerme olvidar lo sucedido sólo unos minutos antes. Paramos junto a la fachada y mis acompañantes se quedan maravillados al contemplarla. Recordando al guía que había hablado de series y actores, les cuento la leyenda de la procedencia del nombre. El padre traduce. El rostro de la niña se ilumina cuando va conociendo la historia. Me preguntan si pueden visitar la casa. Ahora es la morada de los Padres de la Preciosa Sangre y sede de la Fundación Gaspar de Búfalo. Pueden visitar el complejo gastronómico que los misioneros han creado en la parte de atrás de la casa. En ese momento, y viendo lo interesados que están en conocer todos los detalles, recuerdo una anécdota que me contó mi abuelo: en 1924, se abrió un túnel que conecta la Casa del Sol con la iglesia de San Mateo para que los misioneros pudieran acudir a los actos litúrgicos. Ignoro por qué decidieron hacerlo así, pero parece ser que el túnel sigue en uso. La charla se alarga unos minutos más. Por fin, se despiden de mí con una sonrisa y un gesto cariñoso. He de reconocer que el apacible rato que he permanecido junto a ellos ha hecho que me olvide del maestro cantero y de sus hijos.
Les observo alejarse relajadamente hacia la Plaza de San Mateo. De repente, escucho unos golpes fuertes en la pared de la Casa del Sol que da al Callejón de la Monja. Me giro rápidamente para ver si la niña los ha oído también, e intuyo que sí, ya que, aunque sigue caminando de la mano de sus padres, se gira dirigiendo su mirada hacia esa calle y me sonríe. Que la chiquilla también los haya oído no me produce alivio, sino todo lo contrario. Siento una respiración agitada muy cerca, y me giro instintivamente, aun intuyendo que no voy a encontrar a nadie. De nuevo, las voces se hacen presentes.
BSO: Max Cameron Concors / Aeterna
Continuará…
Dicen que un ben relato es aquél que te hace desear llegar al final.
No digo que no.
Pero este paladear poco a poco la historia, es mejor.
(pero no se demore mucho, caramba)
Cada parte del relato es mejor que la precedente, y se nota el amor por el casco antiguo de Cáceres.
Muchas gracias por regalarme algo tan hermoso y sublime.
Muchas gracias, Alberto. La ciudad de Cáceres se lo merece.
Thanks!