Un coleccionista de primeras ediciones de libros, una feria internacional, un libro robado, persecuciones, tiroteos y todo un país pendiente de su recuperación.
Hoy me voy a Colombia, a la Feria Internacional del Libro, en 2015, donde robaron una primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. ¿Te vienes?
La historia de este robo comienza, como no, en Macondo. Para el que no lo sepa, o no lo recuerde, es el pueblo inventado por García Márquez en Cien años de soledad (con este libro pasa como con El Quijote: muchos dicen que se lo han leído pero la mayoría no lo ha hecho). La feria de ese año se había celebrado en honor a Gabriel García Márquez, ya que había fallecido en abril de 2014, y el pueblo invitado a la feria por primera vez iba a ser un pueblo ficticio, Macondo, por lo que contaría con un estand particular, regentado por el librero David Roa.
Éste consiguió que Álvaro Castillo, coleccionista de libros antiguos, y que tenía varias primeras ediciones de Cien años de soledad, le prestase, para la feria, varios libros de su colección privada -un total de 32- y uno especialmente importante: una primera edición que el mismo García Márquez le había dedicado. La dedicatoria dice: «Para Álvaro Castillo, el librovejero, como ayer y como siempre. Su amigo, Gabriel».
Lo consiguió por seis dólares en una pequeña librería de Uruguay. Cuando lo descubrió en la estantería no se lo podía creer, lo vendían por siete dólares, así que para que no sospechase el librero de que tenía algo serio entre manos, regateó, y se lo llevó por seis dólares. (¡A mi equipo!)
Castillo accedió a prestar los libros de su colección con varias condiciones: que solamente él pudiera manipular los libros, que siempre hubiera dos personas vigilando el estand, y que él sería el único que tuviera las llaves de la vitrina donde se ubicarían los libros. Llegaron a un acuerdo.
Álvaro Castillo también tenía un estand de su librería, San Librerio, en la misma feria, por lo que se tenía que dividir entre los dos, y atender a los miles de visitantes que iban a diario -se estiman que la visitaron unos 520.000 los 14 días que duró la feria-.
Transcurría la jornada con normalidad, hasta que un amigo de una de las encargadas del estand de Macondo le preguntó si sabía quién tenía las llaves de las vitrinas. Le extrañó la pregunta y fue a ver por qué lo decía. Al acercarse vio que había sucedido lo que más temía: uno de los libros no estaba. Asustada, gritó llamando al otro encargado (recordad que una de las condiciones para su préstamo era que hubiera dos personas en el estand). Había un hueco de entre los 32 libros de la colección, y era precisamente el ejemplar de Cien años de soledad. Comenzó a sudar a mares y a tartamudear (poco me parece: a mí me da un parraque).
Los dos se quedaron paralizados, sin saber qué hacer. Uno de ellos reaccionó (el que sudaba y tartamudeaba) y le pidió a uno de los vigilantes que no dejara salir a nadie del pabellón donde se estaba celebrando la feria sin que se le revisasen las bolsas, mochilas y demás sitios donde pudieran haber escondido el libro. Creían que no había pasado mucho tiempo desde que lo robasen y tenían la esperanza de pillar al ladrón antes de que se hubiera ido. (Angelitos…)
Revisaron a más de 300 personas en una media hora, pero teniendo en cuenta que sólo ese día visitaron la feria más de 72.000 personas, difícil lo tenían. Algunas protestaban por tener que enseñar su bolso o mochila, pero cuando les decían que había desaparecido un libro muy especial de García Márquez no ponían tantas pegas y se mostraban solícitos a ayudar. (Si les llegan a decir que era uno de Harry Potter se hubiera armado la marimorena).
David Roa, el encargado principal del estand de Macondo, no estaba en la feria, sino en su librería, en la presentación de un libro, y mientras uno de los encargados revisaba los bolsos, la otra chica llamó a su jefe. Se quedó mudo, no sabía qué hacer y lo primero que se le ocurrió fue que retirasen el resto de los libros de la colección, pero la encargada recordó que una de las condiciones era que nadie podía tocar los libros.
El dueño del estand llamó Álvaro (me puedo imaginar la escena):
-Esto… Álvaro… ¿Recuerdas que me pareció excesivo lo del rayo láser, la alarma ultrasensible de movimiento y los cuatro vigilantes al lado de la vitrina? Pues te vas a reír… Pero nos hubiera venido muy bien.
El dueño del libro colgó. Y (después de cagarse en tos sus muertos, supongo) fue al estand. Metió los libros en una caja, pero decidió que si salía así podían acusarle a él de robar libros, y los metió en una mochila. Miró al encargado y le dijo: “A mí me devuelven mi libro o me lo pagan”. Y regresó a su estand de la feria.
El libro no estaba tasado, y no se conocía el precio.
Los vigilantes avisaron al jefe de seguridad que dijo que iba a llamar a la policía. (¿Lo hicisteis vosotros? Pues él tampoco).
Una de las libreras, que había visto todo lo que había pasado, se puso a llorar a lágrima viva y a decir cómo era posible que lo hubieran robado, que era una tragedia, que desgracia para todos… (lo de los culebrones en versión libreros).
Álvaro Castillo no le dijo nada a nadie del robo, ni lo denunció ni lo publicó en sus redes sociales (un rara avis este Álvaro).
A la mañana siguiente, se fue a su estand.
Un amigo fue a verle a la feria, y, como el que no quiere la cosa, le dijo que le habían robado el libro. Su amigo, más escandalizado que el propio dueño, le dijo que eso había que denunciarlo. A la policía, diréis vosotros, pues no, a la prensa, más aún, a la prensa rosa (lo normal, vamos).
Su amigo tenía un contacto en una sección rosa de uno de los periódicos más importantes del país, El Tiempo, y pensaron en escribirle un correo electrónico contando la historia. Esa sección salía los domingos y, mierda, era domingo, por lo que tardarían en publicar la noticia una semana, aun así decidió escribirles, peroooo no tenía datos en su móvil y la feria no tenía wifi (los astros se conjugaban en su contra). Recordó que tenía una amiga periodista en ese mismo periódico (hay que tener amigos hasta en el infierno). Y la llamó.
Ésta se dio cuenta que no era noticia para la prensa rosa, y le dijo que lo escribiría ella, así que le pidió que le contara todos los detalles y lo publicaría en la edición digital. A mediodía, la periodista le llamó y le dijo que se había formado la de San Quintín; la noticia estaba en todo el mundo (literal, los telediarios de medio mundo mencionaron el robo del libro).
Aquí volvemos a David Roa, el encargado del estand de Macondo de donde robaron el libro. Él empezó a preocuparse no sólo porque debía responder del libro, sino porque se había enterado medio mundo del robo menos la policía. Nadie había puesto la denuncia.
Pero cuando llegó al estand, aquello estaba tomado por agentes de policía de alto rango, y de todas las especialidades habidas y por haber, incluida criminalística (el CSI colombiano).
El Grissom de turno, estuvo interrogando a todos los implicados en el robo: los encargados del estand, los vigilantes, los que estaban en los estands de alrededor, la mujer de la limpieza, y a todo aquel que se le ocurriese.
Se metió en la investigación desde el agente más básico hasta el director de la Policía, que dijo en rueda de prensa que no solamente eran responsables los que habían robado, sino los que comprasen el libro. Los primeros podían tener una pena de cárcel de 6 a 20 años (habéis leído bien, 20 años), y quien lo comprase, 12 años.
Esto escandalizó a buena parte de los colombianos, porque se iba a castigar hasta con 20 años por el robo de un libro, mientras que por asesinato o corrupción se condenaba a 8 años de cárcel. En fin…
A todo esto, la feria seguía su curso y los visitantes iban a ver el estand de Álvaro Castillo; le preguntaban por el robo y se interesaban por él. Un niño que iba con su clase de excursión a la feria se le acercó, justo antes de que fuese a empezar una entrevista, y abrazándole le dijo que ojalá encontraran el libro pronto, a lo que éste se emocionó y comenzó a llorar (los culebrones de la tele no tienen nada que hacer con los literarios).
La noticia estuvo durante días en los telediarios. Todo el país pendiente.
Seis días más tarde, un amigo de Álvaro le llamó para felicitarle ya que por fin había aparecido el libro. Éste alucinó y le preguntó de dónde había sacado la noticia, y le dijo que de un programa de radio, pero el programa en cuestión es uno de bromas pesadas y chistes (el Anda Ya colombiano), así que no le hizo ningún caso, pero minutos después lo vio en Facebook y empezó a preguntarse por qué nadie le había llamado (que se creyese lo que publicaban en Facebook ya le hace ser un tipo más normal). En ese momento le llamaron de la policía, y, sí, el libro había aparecido, y el director de la Policía se lo quería entregar en persona.
Y aquí comienza la parte más peliculera de la historia: le llevaron en el coche de policía con las sirenas puestas, y circulando a toda velocidad por la vía de emergencia (sólo bus, taxis y ambulancias) a la oficina central de la policía. Mientras, llamaban continuamente al agente que iba al volante del coche policial metiéndole prisa. Era de vida o muerte entregar el libro. El libro, no a los ladrones. Porque a los ladrones no los detuvieron.
El director de la Policía, en la rueda de prensa que se dio a todos los medios para anunciar la aparición y entregarle el libro al dueño, tasó su valor en unos 40.000 $. Y dijo que los ladrones estaban a punto de venderlo cuando dieron con él. ¿De dónde sacó la cifra? No se sabe, porque según los expertos ese libro no vale más de 10.000 $ (que pensando que le costó 7$ , eso de que “sólo vale 10.000 $” pues qué queréis que os diga…)
El dueño se vio sobrepasado por todo lo sucedido y decidió donar el libro, y muchos más de su colección privada, a la Biblioteca Nacional de Colombia. Cómo no, la donación de los libros también se televisó y se hizo rueda de prensa, con la directora de la biblioteca a la cabeza.
Perooo… aquí no acaba la historia. Una periodista colombiana seguía haciéndose varias preguntas que nadie había sabido responder: ¿dónde había aparecido el libro?, ¿quiénes lo habían robado?, ¿cómo supieron dónde estaba?
Después de muchas llamadas y entrevistas infructuosas, consiguió entrevistarse, casi un año después del robo, con el teniente encargado del caso, y le contó cómo había sido la recuperación del libro. Había sido considerado un “caso recomendado”. ¿Qué es eso? Pues un caso en el que el implicado o el objeto sustraído tiene mucha relevancia: famosos, políticos, empresarios de éxito, objetos valiosos o relevantes -como es el libro de nuestra historia-, y que eso había hecho que se volcasen en el caso. Como veis, en todos los países se cuecen habas, y si eres “very important person” te prestan atención.
Volvemos a la resolución del robo. ‘Alguien’ les dio un chivatazo -según dijo el policía, un librero que se enteró que lo estaban queriendo vender-, y metieron a un agente infiltrado para hacerse pasar por comprador, pero parece ser que los ladrones lo descubrieron justo a tiempo (qué casualidad) y salieron por patas instantes antes de que los fueran a detener. Hubo un tiroteo (que el culebrón no pare), pero todos consiguieron huir. Uno de los agentes vio cómo tiraban un objeto y fueron a por él, era una caja de un router, y dentro estaba el libro. Caso resuelto, pero no cerrado.
Permanece archivado a la espera de que atrapen a los ladrones. El libro está actualmente expuesto en la Biblioteca Nacional de Colombia para que cualquiera lo pueda ojear, con un vigilante sin quitarle ojo.
Y aquí termina mi viaje, a la espera de que algún día se sepa quién robó el libro más buscado de la historia de Colombia. Gracias por acompañarme.