Un viaje con Neruda

Un poeta no puede escribir sólo de dolor, la poesía es vida, y si la vida es dolor ¿para qué vivir? 

Confieso que no conocía nada de la obra de Pablo Neruda y que, de su vida, sólo sabía su origen chileno, que era Nobel de Literatura y muy amado por sus compatriotas. Eso me ha hecho comenzar a leer sus memorias con una mezcla de curiosidad y temor ante lo que me iba a encontrar. Esto último se esfumó en la primera página. Desde un primer momento me atraparon sus descripciones. No importa si habla del amanecer desde su Isla Negra, cómo fue la primera vez que tuvo relaciones sexuales o la admiración por algún poeta, intelectual o político. La manera de expresar lo que siente al contemplar su jardín llenándose de flores, cómo a cada una de ellas les dedica las más hermosas y delicadas palabras, ha hecho que vuelva, una y otra vez, a ellas, releyendo párrafos completos sin cansarme y -sí- dejando caer alguna lágrima en el camino. 

Mientras relataba su periplo por buena parte del planeta, mi alma viajaba con él. He ido de París a Moscú, de Birmania a Madrid, de Pekín a Buenos Aires. En todos y cada uno de esos lugares, ya fuesen conocidos por mí o totalmente ajenos, he pisado sus calles, comido sus manjares, olido sus fragancias… Me he sentado con él mientras escribía su poesía, y he sentido ese amor que, a raudales, muestra en sus memorias por Chile. He sufrido su aventura por la pampa, atravesando los Andes para acabar exiliado en la otra parte del mundo. Su memoria, tanto de las ciudades en las que ha vivido como las personas que en ellas ha conocido, se me antoja selectiva. Es muy prolífico en detalles sobre las partes bellas y muy incisivo en las partes negativas, olvidando, convenientemente, las partes en las que, por lo que fuese, él salía perjudicado.  

Sin embargo, una de las características que más he sentido a lo largo de todo el libro, es su pasión. Pasión por la poesía, pasión por las mujeres que amó, pasión por su tierra, pasión por sus amigos, que, aun siendo algunos de ideas completamente distintas a las suyas, respeta y admira.  

No voy a hablar del Neruda político, al que le dedica mucho tiempo en su libro, pero sí quiero destacar la vehemencia que pone en todas y cada una de las cosas que hace en esta faceta. Ya siendo cónsul en un país remoto -al que llega por casualidad-, siendo embajador en Francia, o senador y candidato a la presidencia de su país, muestra que ama lo que hace, que lo hace porque cree en ello y, cuando le traicionan o engañan, no puede evitar que sus palabras sean igual de hermosas que hirientes o ácidas. 

Como he dicho al comienzo, en algunos de los pasajes he tenido que detenerme. Esas bellísimas descripciones de los amaneceres, en la orilla del mar, de cómo el crudo invierno chileno se iba haciendo paso, del vuelo de los pájaros, de los cascarones de proa que coleccionaba, incluso la descripción de su colección de caracoles hace su prosa que te intereses en ellos: cómo los ha conseguido, sus nombres científicos, formas o colores.  

Listas interminables de adjetivos calificativos que, lejos de ser pesados, repetitivos o difíciles de entender, enriquecen el texto de una manera que deseas volver a leerlos, dándoles un nuevo significado en cada lectura. 

Cuenta a lo largo de todo el libro el proceso de composición de algunas de sus poesías más conocidas. No conozco su obra –insisto-, pero con la lectura de sus memorias creo poder asegurar que la atracción que irradian sus poesías es lo suficientemente fuerte como para que algunos de sus lectores recorriesen medio mundo para conocerle, oírle recitar sus poemas o, simplemente, verle de lejos. Aquí su vanidad se deja entrever. Se sabía un poeta reconocido en todo el mundo y no duda en dejarlo claro. Intenta justificar su éxito basándose en la envidia que desataba y que, según él, para muchos de los que le seguían era patente. El ego del artista. 

Algo que me ha llamado la atención es que no habla de su hija. De ella he sabido por la cronología final y las fotos que acompañan al texto. Supongo que es una parte de su vida que no quiso dejar por escrito. No voy a intentar entender el porqué, aunque lo conozco. 

El final del libro lo dedica a hablar de todos aquellos que, para él, merecen una especial referencia. Su mujer, Matilde, compañera, amiga, musa, amante. El amor que siente hacia ella está impreso en cada palabra del libro, acompañándole hasta el final de sus días. Sus colegas poetas. De la mayoría de ellos habla con cariño, admiración y respeto, destacando a Lorca. Su desaparición le dejó marcado. De la muerte de sus amigos poetas salen muchos de sus poemas más dolorosos, tal y como él los describe. El dolor, al principio de su carrera, es una parte fundamental para escribir poesía, pero al final de su vida dirá que un poeta no puede escribir sólo de dolor, la poesía es vida, y si la vida es dolor ¿para qué vivir? 

BSO: Il postino / El cartero

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