Dejar caer la máscara cuando ya no quieres seguir escondiéndote, ni que otros te escondan.
-¿Vienes?
-Sí, voy.
Se colocó la careta, que ocultaba por completo sus facciones, y salieron.
Siempre le costó llevarla. Se sentía incómoda con ella. Le molestaba, le rozaba en las mejillas. La parte que la mantenía pegada completamente a su rostro, tapándole desde la frente hasta el cuello, a veces se despegaba y se caía. La colocaba en su sitio con fuerza, pero volvía a caerse, haciendo que fuese muy difícil caminar con ella.
Ellos se fueron alejando poco a poco hasta que les perdió de vista. Cansada y resignada, sabiendo que no los alcanzaría, se sentó en un banco y observó a su alrededor.
Todo el mundo parecía a gusto. Charlaban, reían, trabajaban, se hacían carantoñas…, sin que pareciese a simple vista que llevar la máscara les supusiese problema alguno.
Ella deseaba arrancársela de la cara. La detestaba. Odiaba tener que llevarla, pero no se atrevía a hacerlo.
Si todos caminaban a su alrededor con ella puesta, ¿cómo iba a quitársela? No se lo permitirían.
Durante muchos días se paraba en el mismo lugar para descansar y tomar un poco de aire, esperando acostumbrase. Pero, en vez de eso, el paso del tiempo le hizo percatarse de algo que le había pasado desapercibido hasta entonces.
Veía cada día a personas deambular delante de ella. Unos iban con prisas, otros paseaban despacio. Unos caminaban pendiente de todo lo que ocurría a su alrededor, mientras que otros transitaban absortos en sus pensamientos, pero a todos los unía algo: llevaban la máscara sin quejarse.
Algunos se habían hecho una a su medida. Encajaba perfectamente. Ocultando cada uno de sus rasgos. Siempre llevaban la misma y, después de un tiempo hablando con ellos, cuando aparecían desde la distancia, le resultaba más fácil distinguirles. Se les veía muy cómodos con ella.
A otros resultaba más difícil averiguar quiénes eran. Usaban una máscara velada, siendo imposible reconocer lo que había tras ella, aunque en algunas ocasiones, cuando la luz del sol les iluminaba, dejaba entrever, por una fracción de segundo, lo que ocultaban. Una sonrisa escondida en una máscara mohína, una máscara sonriente que camuflaba una honda tristeza; otras, tapadas por una cara burlona y desenfadada, ocultaban un rostro avergonzado y tímido.
Tenían varias y, cuando salían fuera, las iban eligiendo dependiendo del lugar a donde se dirigiesen, con quién fuesen a encontrarse, adaptándolas a las circunstancias del momento.
Algunos había, como ella, que no se encontraban a gusto con la máscara. No se ajustaba muy bien a su cara. Cuando menos se lo esperaban, se caía, y, azorados, corrían a colocarla en su sitio, esperando que nadie se hubiese dado cuenta. Ya fuese por vergüenza, por recelo, por miedo, por desconfianza, no deseaban que nadie les viese sin ella bajo ningún concepto. Huían en cuanto notaban que alguna persona les había podido observar, aunque hubiese sido de soslayo.
Algunos llevaban una máscara bastante estropeada o llena de golpes que intentaban disimular. Aun así, no la cambiaban. Por las noches, sin que nadie les viese, escondidos en sus rincones, la arreglaban como podían. Una mano de pintura y barniz y volvía a estar como nueva. Pero para algunos, el peso de tantas capas en la máscara empezaba a resultarle una carga muy difícil de sobrellevar y caminaban cabizbajos, encorvados, lentos. Sintiendo un gran bochorno si se percataban que alguien se había acercado tanto como para comprobar que estaba reparada y llena de remiendos.
-¡Estás aquí! -le dijeron con un ligero reproche en el tono-. Llevamos mucho tiempo buscándote.
Ella se giró y la miraron, incrédulos. Incluso con los rostros ocultos tras sus máscaras, pudo comprobar que su expresión era de pavor.
-¿Y tu máscara? ¡Qué haces! ¡Póntela! –gritó uno de ellos.
-¿No ves que todos la llevamos? No seas tonta y póntela -le ordenó otra, sujetando fuertemente su máscara como si fuese a perderla.
Ella guardó un largo y prolongado silencio
-No -exclamó al fin.
-Pero… Tendrás menos problemas si la llevas… por favor, póntela -le dijeron con una sola voz, intentando disuadirla.
La arrojó al suelo. La miraban con los ojos queriendo salirse de sus órbitas.
-Sé que será más fácil si la llevo, pero no quiero que sea fácil.
-Pero verán cómo eres, no podrás esconderte -le decían insistentemente, temerosos de la reacción de las personas que pasaban por allí.
-No voy a esconderme más.
Su rostro, su verdadero rostro, reflejaba serenidad, tranquilidad, sosiego. No volvería a taparlo. No volvería a ser la persona que se esperaba de ella.
Simplemente, sería ella.